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西班牙内战历史(西文版)GUERRA CIVIL ESPANOLA El 18 de julio de 1936 los militares más conservadores del Ejército español se levantaron en armas contra la República. Este acto significaba el fin del experimento democrático realizado en España desde abril de 1931. La caída de la Dicta...

西班牙内战历史(西文版)
GUERRA CIVIL ESPANOLA El 18 de julio de 1936 los militares más conservadores del Ejército español se levantaron en armas contra la República. Este acto significaba el fin del experimento democrático realizado en España desde abril de 1931. La caída de la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera y el descrédito de la Monarquía habían posibilitado la proclamación de la II República Española como panacea que pretendía sacar al país de su histórico atraso. Sin embargo, los años que van desde 1931 a 1936 se convirtieron en fiel reflejo de las contradicciones de la sociedad española. De un lado muchos pedían un cambio social y económico profundo que acabara definitivamente con el poder oligárquico en España. Del otro, ese mismo poder, apoyado por el Ejército y la Iglesia, luchaba por defender su posición privilegiada. Las elecciones de febrero de 1936 sólo sirvieron para dividir aún más a los españoles y tras el triunfo del Frente Popular la oligarquía ya solo tuvo fe en una acción salvadora del Ejército que librara a España de la anarquía y la revolución. Se daba paso así a la Guerra Civil Española. Introducción: 1936 a 1939: Un alzamiento militar originado in Marruecos y encabezado por el General Francisco Franco, se extiende rápidamente por todo el país, empezando así la Guerra Civil. Tras algunas sangrientas batallas, en las cuales la fortuna cambia de un bando a otro, los nacionales triunfan finalmente y hacen una victoriosa entrada en Madrid (28 de marzo de 1939). Hechos significativos: 1936: La trágica muerte de Calvo Sotelo acelera un golpe de estado militar que llevaba preparándose desde hacía algún tiempo. De hecho, los conspiradores estaban esperando la decisión del General Franco para empezar el alzamiento. El 18 de julio la rebelión se extendió a otras guarniciones de la España metropolitana y el día siguiente Franco tomó el mando del ejército en Marruecos. El alzamiento tuvo éxito en Sevilla (dirigido por el general Queipo de Llano), en las islas Baleares (general Goded), las islas Canarias y Marruecos (Franco), Navarra (Mola), Burgos y Zaragoza. El general Yague avanzó en Extremadura y Mola tomó Irún. Al final de 1937 las tropas nacionalistas controlaban la mayor parte de Andalucía, Extremadura, Toledo, Avila, Segovia, Valladolid, Burgos, León, Galicia, una parte de Asturias, Vitoria, San Sebastián, Navarra y Aragón, así como las islas Canarias y Baleares, con excepción de Menorca. Castilla la Nueva, Cataluña, Valencia, Murcia, Almería, Gijón y Bilbao permanecían en manos republicanas. El gobierno republicano formó un Gabinete de coalición encabezado por Giralt que fue sucedido por otro con Largo Caballero al frente. Esto llevó a la CNT (Confederación Nacional del Trabajo, la unión anarco-sindicalista) al Gabinete que se trasladó a Valencia. El 29 de septiembre la Junta de Defensa Nacional nombró a Franco jefe de gobierno y comandante de las Fuerzas Armadas. Para compensar estas circunstancias, el gobierno republicano creó un ejército popular y militarizó las milicias. Ambos bandos iban pronto a recibir ayuda extranjera: las Brigadas Internacionales apoyaban la España Republicana y las tropas alemanas e italianas a la España Nacionalista. Jarama, Brunete, Quinto, Belchite, Fuentes de Ebro, Teruel y el Ebro son los campos de batalla de la Guerra Civil española en la que más de 12 000 soldados canadienses participaron apoyando la España Republicana. Estos hombres crearon la unidad militar más auténtica de la historia de Canadá: el batallón Mackencie-Papineau de la 15ª Brigada Internacional del Ejército Republicano Español, los "Mac-Paps". 1937: El año 1937 estuvo caracterizado por la lucha en el norte del país: Guernica fue bombardeada en abril, en junio Bilbao fue tomada, Santander cayó en agosto y Gijón en octubre. La reacción de los republicanos fue abrir frentes en Guadalajara (en marzo), Brunete (julio) y Belchite (agosto). La batalla de Teruel se inició a final de año. 1938: Los nacionalistas trasladaron sus esfuerzos a Aragón, recuperaron Teruel y dividieron la zona republicana en dos partes tras entrar en Castellón en julio de ese mismo año. El gobierno respondió con la llamada Batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938) que terminó con la derrota republicana y 70 000 bajas. 1939:Una vez extinguida la resistencia del gobierno, el exilio republicano comenzó con la huida de numerosos españoles a través de la frontera con Francia. Cataluña claudicó el 10 de febrero de 1939. Madrid era la única ciudad que resistía y las propuestas de paz de su Junta de Defensa (encabezada por Casado y Besteiro) eran inútiles. Las fuerzas nacionalistas ocuparon la capital el 28 de marzo de 1939 y el 1 de abril el general Franco declaró oficialmente el fin de la guerra. I. El nacimiento de la repúplicaa19311919311931  "Gloriosa, incruenta, pacífica, armoniosa" fue la revolución del 14 de abril de 1931. Dos días antes el pueblo había votado la coalición republicano-socialista en las elecciones municipales; esto fue suficiente para terminar con Alfonso. La república española llegó tan fácilmente... Su advenimiento, sin embargo, fue casi el único hecho incruento conectado con la revolución antes o desde 1931. Durante un siglo España había intentado crear un nuevo régimen. Pero la parálisis de siglos de decadencia senil desde los días del imperio habían frustrado cualquier intento. La historia de las derrotas y sus castigos fue sangrienta. Cuatro revoluciones importantes antes de 1875, seguidas por cuatro terrores blancos, fueron simplemente crescendos en una sinfonía casi continua de revueltas campesinas y motines militares, guerras civiles, insurrecciones regionalistas, pronunciamientos del ejército complots de las camarillas cortesanas. Cuando la burguesía moderna irrumpió tardíamente en escena, no pasó a preparar la revolución burguesa. El transporte y la industria moderna datan de la guerra hispano-americana, que trajo a España un nuevo fermento. Los años 1898-1914 son llamados del "renacimiento nacional" (fueron también los años de penetración del capitalismo mundial en la India). Los industriales españoles y catalanes que florecieron en esas dos décadas rivalizaban en lealtad a la monarquía con las más antiguas familias propietarias de la tierra. Algunos -como el conde de Romanones- fueron ennoblecidos, compraron grandes extensiones de tierra y combinaron en sus propias personas la antigua y la nueva economía; otros fortalecieron los lazos entre ambas a través de hipotecas y matrimonios con la aristocracia. El rey mantuvo los atavíos feudales, pero apenas tuvo reparos en asociarse con la burguesía en sus aventuras económicas más dudosas. Buscando nuevos campos de explotación, la burguesía obtuvo de Alfonso la campaña y conquista de Marruecos, comenzada en 1912. Con la rentable neutralidad de España durante la guerra mundial, Alfonso logró el apoyo de la burguesía, que durante cuatro años encontró el mercado mundial abierto a sus mercancías. Cuando después de la guerra los imperialistas recuperaron el mercado, el proletariado catalán y español emprendió grandes luchas y los campesinos y obreros no respetaban al régimen a raíz de los desastres militares en Marruecos, los industriales catalanes financiaron el golpe de Primo de Rivera.  El programa del dictador, de obras públicas y control de precios, prohibición de los anarcosindicalistas y los comités paritarios obligatorios para los sindicatos socialistas, dio un nuevo ímpetu a la industria y Rivera y Alfonso obtuvieron la adulación más ferviente de la burguesía. La crisis mundial truncó la prosperidad española y Rivera cayó, junto con la peseta, en enero de 1930. Pero la burguesía, en su mayor parte, todavía se aferraba a Alfonso. Así, el 28 de septiembre de 1930, en un acto de masas contra la política del gobierno, Alcalá Zamora, que iba a presidir la república, pudo aún terminar su discurso con una alabanza a la corona. Mientras tanto, en mayo de 1930 los estudiantes y obreros de Madrid había enarbolado banderas rojas y republicanas. Se produjeron disparos en los enfrentamientos con la policía. En septiembre los socialistas y la UGT pactaron con los grupos republicanos para terminar con la monarquía: huelgas generales revolucionarias se sucedieron en Sevilla, Madrid, Bilbao, Barcelona, Valencia, con gravísimos encuentros con las fuerzas armadas en cada caso. La sublevación de soldados del 12 de diciembre, realizada precipitadamente antes del momento planeado, frustró un levantamiento de obreros que debía coincidir con un motín republicano en el ejército; pero la ejecución de los líderes provocó la firma de un manifiesto por los dirigentes republicanos y socialistas que anunciaba el siguiente objetivo: La inmediata instauración de la república. Los firmantes fueron encarcelados en la Prisión Modelo, de Madrid, que se volvía así el centro de la vida política española. El intento desesperado del primer ministro Berenguer de establecer unas Cortes, basadas en el viejo modelo, de apoyo a Alfonso, fue derrotado por el boicot republicano-socialista; Berenguer dimitió. Las elecciones municipales demostraron que las masas estaban con la república. Sólo en este último momento los industriales, atemorizados por las huelgas generales, el progresivo aumento de armas en poder de los obreros que se realizaba abiertamente y por la amenaza socialista de una huelga general nacional, decidieron que la monarquía era un sacrificio barato que había que hacer a los lobos revolucionarios. Entonces, y sólo entonces, cuando el mismo Alfonso aceptaba que luchar era inútil, la burguesía aceptó la república. El espíritu de la nueva república se caracteriza por el hecho de que el más antiguo y el mayor de los partidos republicanos, el Partido Radical de Lerroux, no hizo nada para traerla y pronto se alió con los monárquicos. Los cargos contra este partido, de sobornos, chantajes, engaños y estafas, llenan tres décadas del parlamentarismo español. Los demagogos del Partido Radical sirvieron a la monarquía en su lucha contra el nacionalismo catalán. El robo y el chantaje que hicieron famosos a sus homónimos francesas (ahora encabezando el Frente Popular) empalidecen al compararlos con las atrevidas campañas que los radicales españoles dirigieron contra banqueros e industriales y que terminaron repentinamente, en cada caso, al ser entregado silenciosamente el esperado y abultado sobre. Dentro del Partido Radical, el método de polémica normal eran mutuas acusaciones de corrupción y chantaje. A causa de su historia, extremadamente sucia, y a pesar de ser el partido burgués republicano más antiguo y más numeroso, hubo una oposición fortísima a que participara en el primer gobierno republicano. Esta oposición vino hasta de los católicos que, como Alcalá Zamora, al principio estaban seriamente a favor de la república y que, al haber sido ministros de la monarquía, sabían muy bien cómo Alfonso había utilizado a los radicales. A pesar de tener muchos partidarios entre la burguesía, por ser el partido republicano más conservador, los radicales de Lerroux no lograron un liderazgo político. Se ocupaban en buscar puestos lucrativos. El horror, compartido por igual por otros republicanos y socialistas, de que cualquier escándalo alcanzara a la joven república, tuvo una influencia terriblemente represiva para los radicales. Fueron más felices cuando rápidamente abandonaron el gobierno y se aliaron con los clericales de Gil-Robles. ¡Los radicales, cuya principal mercancía en venta había sido el anticlericalismo! Los otros partidos republicanos, menos la izquierda catalana, que tenía campesinos entre sus filas, eran meras componendas creadas para las elecciones de abril y sin apoyo de masas, ya que la clase media baja española es insignificante e impotente.  El único apoyo real para la república venía, entonces, del proletariado socialista y sindicalista. Este hecho significaba que la república sólo podía ser la transición a una lucha por el poder entre la reacción monárquico-fascista y el socialismo. En España no tenía sentido, en esta tardía etapa, la república democrática. Sin embargo, desafortunadamente, la dirección socialista no se preparó para esta lucha. Por el contrario, compartió el proyecto pequeño-burgués de los "azañas". Este proyecto fue elaborado explícitamente en la Revolución francesa de 1789. Se suponía que España tenía ante sí una larga etapa de desarrollo pacífico, en el cual las tareas de la revolución burguesa serían realizadas por los socialistas aliados con los obreros. Después de esto -décadas después de 1931- la república se transformaría en una república socialista. ¡Esto es demasiado lejano!, pensaban los líderes socialistas: Prieto, Caballero, De los Ríos, Basteiro, Del Bayo, Araquistáin, quienes habían ya llegado a la edad madura, como mínimo, bajo el régimen casi asiático de la monarquía. Madrid, bastión del socialismo, era aún, en parte, la ciudad de artesanos de principios de siglo; su socialismo era una mezcla del reformismo provinciano de Pablo Iglesias, su fundador, y de la peor socialdemocracia alemana: la de la postguerra. La otra corriente importante en el proletariado español, el anarcosindicalismo, que disponía en la CNT de alrededor de la mitad de la fuerza que tenía la UGT, el sindicato socialista, dominaba Barcelona, moderna ciudad industrial, pero había cambiado poco desde su origen en el Congreso de Córdoba en 1872. Apolítico, sin remedio, no jugó ningún papel en la llegada de la república; luego viró, en los días de luna de miel, hacia una postura de apoyo pasivo, que se transformó en un putschismo salvaje tan pronto como la atmósfera rosa desapareció. España no encontraría su liderazgo político aquí. Fueron necesarios cinco años de revolución para que el anarcosindicalismo rompiese con su negativa doctrinaria a entrar en el juego político y luchar por un estado de obreros. La construcción de la Unión Soviética -país campesino, como España- y sus logros alcanzaron un gran eco popular. Pero la metodología bolchevique de la Revolución rusa era prácticamente desconocida. La formación teórica del socialismo español había producido sólo una pequeña escisión bolchevique en 1918. Los progresos que ésta había logrado en 1930 fueron truncados por la expulsión por la Komintern de prácticamente todo el partido, por trotskista, "derechista" y otras herejías. A pesar del amplio apoyo que la Komintern brindó al PC oficial, éste no desempeñó ningún papel importante en el período inmediato. En marzo de 1.932 la Komintern descubrió una nueva herejía y expulsó de nuevo a toda la dirección. Siguiendo su ideología del "tercer período" (1929-1934), los estalinistas se opusieron a los frentes unitarios con organizaciones anarquistas y socialistas, a las que consideraban gemelas del fascismo; formaron vacíos "sindicatos rojos" opuestos a la CNT y a UGT; hicieron vacuos alardes de que estaban formando soviets campesinos, en un momento en que no tenían seguidores entre el proletariado, que es quien debe dirigir tales soviets. Agitaban a favor de la "revolución democrática de obreros y campesinos" -concepto repudiado por Lenin en 1917-, diferenciándola de las revoluciones burguesas y proletarias, confundiendo así, sin remedio, las tareas de luchar por el apoyo de las masas y la ulterior lucha por el poder. Los estalinistas abandonaron el confusionismo del "tercer período" en 1935, para levantar el desacreditado "Frente Popular", política de coaliciones con la burguesía. Del principio al final jugaron un papel profundamente reaccionario. La verdadera tradición bolchevique fue representada coherentemente en España sólo por un pequeño grupo, la Izquierda Comunista, simpatizante del movimiento "trotskista" internacional. Trotsky mismo escribió dos importantes panfletos, La revolución en España, algunos meses antes de la llegada de la república; La revolución española en peligro, poco después, y varios artículos a medida que los hechos se desarrollaban. Nadie puede entender la dinámica de la revolución española sin leer los proféticos análisis de Trotsky. En cada cuestión básica los hechos han refrendado sus escritos. Rebatió las doctrinas pseudojacobinas del socialismo oficial con una demostración marxista-leninista, rico en análisis concretos de las condiciones españolas, de la imposibilidad de que la república burguesa realizara las tareas democráticas de la revolución. A las tonterías pseudoizquierdistas de los estalinistas opuso el programa concreto con el cual un partido revolucionario podía ganarse las masas españolas y conducirlas a una revolución victoriosa. Pero la Izquierda Comunista era un pequeño grupo y no un partido. Los partidos no se construyen, ni siquiera en una situación revolucionaria, de la noche a la mañana. Un grupo no es un partido. La Izquierda Comunista, desgraciadamente, no comprendió esto, y no siguió a Trotsky en su valoración del significado profundo del giro izquierdista entre las filas socialistas, después de que los hechos confirmaron las predicciones de Trotsky. A este "izquierdismo" siguió una línea oportunista que condujo a firmar el programa del Frente Popular. Sólo después de comenzar la actual guerra civil, los anteriores trotskistas (ahora en el POUM) volvieron a una línea bolchevique. Así el proletariado, cuando llegó la república, carecía de una dirección que le preparase para sus importantes tareas. ¡Hubo de pagar muy caro por este vacío! Ⅱ.Las tareas de la revolución democrático---burguesa La república burguesa se enfrentó a cinco grandes tareas; hablan de ser resueltas o el régimen daría paso a la reacción monárquica o fascista, o a una nueva revolución y a un estado de trabajadores.   I. La cuestión agraria  Más de la mitad de la renta nacional, casi dos tercios de las exportaciones y la mayor parte de los ingresos fiscales internos, provenían de la agricultura; el 70 por 100 de la población era rural. La agricultura se convertía así en el problema clave para el futuro de España. La distribución de la tierra es la más desigual de Europa. Los terratenientes poseen un tercio de la tierra, en algunos casos, con fincas que cubren la mitad de una provincia. El grupo de "medianos propietarios", más numeroso que el de los terratenientes, posee otro tercio, también en grandes extensiones cultivadas por aparceros y jornaleros. El tercio restante pertenece a los campesinos, la mayoría dividido en explotaciones equipadas de forma primitiva, de cinco hectáreas o menos de secano, tierra pobre, insuficiente para mantener a sus familias. Si el campesino dispone de buenas tierras -extensiones hortícolas en la costa mediterránea-, éstas están divididas en parcelas del tamaño de un pequeño jardín. Cinco millones de familias campesinas pueden dividirse en tres categorías: -Dos millones poseen extensiones insuficientes. Sólo en las provincias del Norte hay algunas familias campesinas que llevan una existencia moderadamente confortable. La gran mayoría de estos millones de "propietarios" se mueren de hambre igual que los que no poseen nada de tierra, teniendo que trabajar de jornaleros siempre que pueden. -Un millón y medio de aparceros dividen la cosecha con el propietario de la tierra, sujetos a una triple opresión: la del propietario, la del usurero que financia la cosecha y la del comerciante que la compra. -Un millón y medio de jornaleros venden su fuerza de trabajo a jornales increíblemente bajos y, en el mejor de los casos están en paro durante noventa a ciento cincuenta días por año. Un buen jornal es de seis pesetas por día. La explotación del trabajo se complementa con el expolio impositivo. Del total de impuestos recaudados en el campo en el primer año de la república, más de la mitad provenían de los campesinos propietarios. Las condiciones bajo las que viven millones de familias es indescriptible. Algo comparable se puede encontrar en Oriente, en las condiciones de vida del campesino chino e hindú. Morirse de hambre entre las cosechas es un proceso normal. La prensa española, en estas ocasiones, informa repetidas veces que en comarcas enteras los campesinos se alimentan de raíces y de hierbas silvestres cocidas. Revueltas desesperadas, saqueos de grano, ataques a almacenes de víveres y períodos de lucha semibandolera han formado parte de la historia de España durante un siglo. En cada ocasión se demostró, una vez mas, que el campesinado disperso, sin ayuda de las ciudades, no podía liberarse. Las últimas décadas hostigaron al campesino. Los serenos años de la guerra mundial, 1914-1918, dieron a la agricultura española la oportunidad de entrar en el mercado mundial y de obtener altos precios. El alza resultante en el precio de los productos y de la tierra fue capitalizada en efectivo por los terratenientes a través de hipotecas. Los campesinos apenas obtuvieron beneficios. Sin embargo, el peso del hundimiento de la agricultura, al terminar la guerra, recayó sobre los campesinos. La crisis de la agricultura, parte de la crisis mundial, agravada por los obstáculos arancelarios establecidos por Inglaterra y Francia contra la agricultura española, llevó al campesino a tal estado que, en 1931, en regiones enteras había peligro de exterminación por hambre; y un ejército permanente de parados en el campo. La única solución de esta situación deplorable era la inmediata expropiación de los dos tercios de tierra en manos de los propietarios (grandes y "medianos") y su distribución entre el campesinado. Aun esto no sería suficiente. Excepto en las regiones hortícolas del Mediterráneo, los métodos de cultivo utilizados son primitivos. El rendimiento por hectárea es el más bajo de Europa. Los métodos intensivos de agricultura, que requieren formación técnica, herramientas modernas, fertilizantes, etc., e implican una ayuda estatal sistemática a la agricultura, tendrían que completar la distribución de la tierra, La propiedad feudal de la tierra en Francia fue destruida por los jacobinos, favoreciendo las relaciones de producción capitalistas. Pero en España, en 1931, la tierra ya se explotaba bajo relaciones capitalistas. Hacía tiempo que la tierra era enajenable, comprada y vendida en el mercado; por tanto, hipotecable y endeudable. Por consiguiente, confiscar la tierra significaría confiscar el capital bancario, e implicaría un golpe de muerte al capitalismo español, agrícola e industrial. De este hecho evidente, la coalición gubernamental llegó a la conclusión de que entonces la tierra no podía confiscarse. En su lugar elaboró extensos e inútiles planes, de acuerdo con los cuales el gobierno, a través del Instituto de Reforma Agraria, debía comprar extensiones de tierra y parcelarlas para arrendárselas a los campesinos. Como España es un país empobrecido, con un estado de pocos recursos, este proceso sería necesariamente muy largo. Los propios cálculos gubernamentales demostraron que este método de distribuir la tierra después de comprarla y arrendarla a su vez duraría, al menos, un siglo.   2. El desarrollo de la industria española  Si la coalición republicano socialista no podía resolver el problema agrario, ¿podía desarrollar las fuerzas productivas de la industria y el transporte? Comparada con la industria de las grandes potencias imperialistas, España está muy atrasada. ¡Sólo 8.500 millas de vía férrea en un país más grande que Alemania! En 1930 suponía el 1,1 por 100 del comercio mundial, un poco menos de lo que suponía antes de la guerra. La etapa de desarrollo de la industria española fue corta: 1898-1914. El desarrollo de la industria en los años de la gran guerra se transformó en una fuente de dificultades posteriores. El fin de la guerra provocó que la industria española, infantil y sin el respaldo de una potencia fuerte, pronto se quedará atrás en la carrera imperialista por los mercados. Ni siquiera el mercado interno pudo ser preservado para su propia industria. El control de precios de Primo de Rivera provocó represalias de Francia e Inglaterra contra la agricultura española. Como ésta suponía de un tercio a los dos tercios de las exportaciones, la medida conllevó una terrible crisis agrícola, seguida del derrumbe del mercado interior para la industria. Esta crisis, en 1931, fue el anuncio de la república, Estos hechos saltaban a la vista, pero la coalición republicano-socialista repetía, como si fuera una fórmula mágica, que España estaba en el comienzo del desarrollo capitalista, que de alguna forma desarrollarían la industria y el comercio, que la crisis mundial se solucionaría, etc. La república encontró casi un millón de parados entre obreros y campesinos; antes de finales de 1933 eran un millón y medio que, junto con las personas que de ellos dependían, suponían el 25 por 100 de la población. Con lógica de hierro los trotskistas demostraban que la débil industria española, bajo relaciones capitalistas, sólo puede desarrollarse en un mercado mundial en expansión, y el mercado mundial se ha reducido progresivamente; la industria española sólo puede desarrollarse bajo la protección de un monopolio del comercio exterior; pero la unión del capitalismo mundial en España y la amenaza de Francia e Inglaterra sobre las exportaciones agrícolas significaban que un gobierno burgués no podía crear un monopolio de comercio exterior. Si el retraso de la industria española impidió su desarrollo posterior bajo el capitalismo, ese mismo retraso (como el de Rusia) ha provocado la concentración del proletariado en grandes empresas en unas pocas ciudades. Barcelona, el puerto y centro industrial más importante, junto a las ciudades industriales de Cataluña, concentran el 45 por 100 de la clase obrera española. Vizcaya, Asturias y Madrid, la mayor parte del resto. España, en conjunto, tiene menos de dos millones de obreros industriales, pero su peso específico, por su concentración, es comparable al del proletariado ruso. 3. La Iglesia  La separación de la Iglesia y el estado no era una tarea meramente parlamentaria. Para lograr la separación, la Revolución francesa confiscó las tierras de la Iglesia, alentó a los campesinos a apoderarse de ellas, disolvió las órdenes religiosas, confiscó las iglesias y su riqueza y durante muchos años ¡legalizó y prohibió el ejercicio del sacerdocio, Sólo entonces la aún inadecuada separación de la Iglesia v el estado fue llevada a cabo en Francia. En la España de 1931 el problema era todavía más urgente y acuciante. La Iglesia, por su pasado, sólo podía ser un mortal enemigo de la república. Durante siglos la Iglesia había impedido cualquier tipo de progreso. Hasta un rey tan católico como Carlos III se había visto obligado a expulsar a los jesuitas en 1767; José Bonaparte tuvo que disolver las órdenes religiosas y el liberal Mendizábal las suprimió en 1835. La Iglesia había aniquilado todas las revoluciones del siglo XIX; como respuesta, cada revolución, cada avance en la vida española, había sido necesariamente anticlerical. Incluso el rey Alfonso, después de las revueltas en Barcelona en 1909, tuvo que anunciar que "daría cauce a las aspiraciones populares de reducir y regular el excesivo número de órdenes religiosas" y que establecería la libertad religiosa. Sin embargo, Roma cambió la decisión de Alfonso. Cada intento de ampliar las bases del régimen fue frustrado por la Iglesia, la última vez en 1923, cuando vetó la propuesta del primer ministro, marqués de Alhucemas, de convocar Cortes Constituyentes, y apoyó la dictadura. No es extraño, entonces, que cada período de agitación desde 1912 haya sido seguido por quema de iglesias y matanzas de clérigos.  Se puede medir el poder económico de la Iglesia por la estimación, dada a las Cortes en 1931, de que la Orden de los jesuitas poseía un tercio de la riqueza nacional. Las tierras confiscadas después de la revolución de 1868, fueron indemnizadas por la reacción tan generosamente que la Iglesia emprendió una carrera en el mundo de la industria y las finanzas. Sus bancos monopolistas de "crédito agrícola" eran los usureros del campo y sus bancos urbanos los socios de la industria. Las órdenes religiosas eran dueñas de establecimientos industriales (molinos de harina, lavaderos, talleres de costura, vestidos, etc.) con fuerza de trabajo gratis (huérfanos, "estudiantes"), compitiendo, con gran ventaja, con la industria. Como era la religión oficial, recibía anualmente decenas de millones del presupuesto estatal, estaba libre de impuestos, incluso en la producción industrial, y recibía sustanciosos honorarios por bautizos, bodas, entierros, etc. Su control oficial de la educación salvaguardaba al estudiante de radicalismos y mantenía al campesino analfabeto. La mitad de la población 'española en 1931 no sabía leer ni escribir. Hasta hace poco las indulgencias papales se vendían por unas cuantas pesetas; firmadas por el obispo, se compraban en tiendas que exhibían el anuncio: "Las bulas están baratas hoy." Esto nos da una idea de la magnitud de la superstición originada por la Iglesia. Sus "hordas ataviadas" eran un verdadero ejército que se enfrentaba a la república; de 80 a 90.000 en 4.000 casas de órdenes religiosas, y más de 25.000 curas párrocos. El número de religiosos sobrepasaba el total de los estudiantes de enseñanza media y doblaba el número de estudiantes de enseñanza superior en el país. En los primeros meses de la república, la Iglesia actuó cautelosa y deliberadamente en su lucha contra el nuevo régimen: una carta pastoral aconsejando a los católicos votar a los candidatos católicos que no eran ni "republicanos ni monárquicos" fue contestada, en mayo, por la quema masiva de iglesias y de conventos. Sin embargo, para nadie era un secreto que el ejército innumerable de monjes, monjas y curas párrocos agitaban vigorosamente, de casa en casa. Como en cada período crucial de la historia española en que la Iglesia se sentía amenazada por el cambio, su actividad se centraba en propagar rumores supersticiosos de incidentes calificados como milagros -estatuas que lloraban, crucifijos que sangraban-, presagios de malos tiempos que hacían su aparición. ¿Qué podía hacer el gobierno republicano ante esta poderosa amenaza? El problema con la Iglesia provocó la primera crisis gubernamental; Azaña formuló un compromiso que fue aceptado. Las órdenes religiosas no debían ser molestadas a no ser que se probase, como en el caso de cualquier otra organización, que eran nocivas al bien público. Hubo un pacto de caballeros de que esto se aplicaría sólo a los jesuitas, que fueron disueltos en enero de 1932, después de que se les brindó amplias oportunidades para transferir la mayor parte de su riqueza a particulares y a otras órdenes. La declaración de separación Iglesia-estado terminó formalmente con las subvenciones gubernamentales al clero, pero fueron recuperadas, en parte, por la Iglesia, en pagos por la educación; ya que la expulsión de la Iglesia de los colegios iba a ser un plan de "larga duración". Este fue todo el programa eclesial del gobierno. Aún esta legislación patéticamente insuficiente, provocó las iras de la burguesía; se opusieron, por ejemplo, no sólo los ministros católicos Alcalá Zamora y Maura, sino también Lerroux, republicano radical, que había hecho carrera, durante toda una vida en la política española, basándose en el anticlericalismo. Anticlerical de palabra y deseosa de un reparto más justo del botín, la burguesía republicana estaba tan unida a los intereses de los terratenientes-capitalistas que, a su vez, se apoyaban en la Iglesia, que era incapaz de un ataque serio a su poder político y económico. La Izquierda Comunista declaró que ésta era una prueba más de la bancarrota del gobierno de coalición. Ni siquiera podía cumplir la tarea "democrático-burguesa" de controlar a la Iglesia. Los revolucionarios exigieron la confiscación de toda la riqueza eclesial, la disolución de todas las órdenes, la inmediata prohibición de profesores religiosos en los colegios, la utilización de los fondos de la Iglesia para ayudar al campesinado a cultivar la tierra y llamaron a los campesinos a apoderarse de las tierras de la Iglesia. 4. El ejército  La Historia de España, durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo xx, es una historia de complots y pronunciamientos militares. La monarquía acudió al ejército para terminar con la oposición; esto le otorgó un papel privilegiado y tuvo como consecuencia el mimo de una casta oficial. Los oficiales llegaron a ser tan numerosos que toda la administración colonial y gran parte de la nacional (incluida la Guardia Civil) les fue confiada. Los oficiales utilizaron la necesidad, cada vez mayor, de Alfonso de apoyo militar para atrincherarse. La Ley de Jurisdicciones de 1905, que otorgó a los tribunales militares el poder de juzgar y castigar los libelos civiles sobre el ejército, transformó la crítica de la prensa y de la clase trabajadora en crimen de lesa majestad. Incluso en 1917, el primer ministro de Alfonso, Maura, señaló que los oficiales estaban impidiendo el gobierno civil. En 1919 la casta militar, en desacuerdo con las concesiones hechas a raíz de la huelga general, organizada en Juntas de Oficiales para presionar al gobierno y a la opinión pública, exigieron la destitución del jefe de Policía. El ministro de la Guerra era siempre uno de ellos. Había un oficial por cada seis soldados, y el presupuesto militar crecía junto con ellos. El presupuestó militar llegó a ser tan insoportable que incluso Primo de Rivera intentó reducir la oficialidad; las Juntas de Oficiales se vengaron, dejándolo caer sin protestar, a pesar de que lo habían apoyado cuando el golpe. Alfonso los defendió hasta el final. La tradición de una casta independiente y privilegiada era un grave peligro para la república. En un país donde la clase media baja es tan insignificante, los oficiales tienen que ser reclutados entre las clases altas; así estarán unidos por lazos de parentesco, amistad, posición social, etc., con los terratenientes e industriales reaccionarios. Para evitar esto, los oficiales deberán ser reclutados entre el campesinado y los obreros. Este problema era acuciante: el control del ejército es una cuestión de vida o muerte para cualquier régimen. La coalición republicano-socialista puso este grave problema en las manos de Azaña, ministro de Guerra. Azaña redujo el ejército por un sistema de retiro voluntario para los oficiales tan favorable, que en pocos días 7.000 oficiales se retiraron. El Cuerpo de Oficiales disminuido, continuó siendo lo que había sido bajo la monarquía. La Izquierda Comunista denunció esto como una traición a la revolución democrática... Exigió la destitución de todo el Cuerpo de Oficiales y su sustitución por oficiales reclutados entre la tropa, elegidos por los soldados. Izquierda Comunista llamó a los soldados a tomar el asunto en sus manos, señalando que la república burguesa les trataba tan bárbaramente como la monarquía. Su meta era conducir a los soldados a confraternizar y formar consejos comunes con los obreros revolucionarios. La democratización del ejército era considerada por los revolucionarios como una tarea necesaria, no para el derrocamiento revolucionario de la burguesía -otros órganos eran necesarios para esto- sino como medida de defensa contra el regreso de la reacción. El fracaso del gobierno de coalición en esta tarea elemental de la revolución democrática era, simplemente, otra prueba más de que sólo la revolución proletaria resolvería las tareas democrático-burguesas en la revolución española. 5. El problema colonial y nacional  La monarquía "feudal" había sido no sólo moderna para alentar el origen, desarrollo y decadencia de la industria y finanzas burguesas, sino también ultramoderna, al embarcarse en la conquista y explotación de colonias en el estilo más reciente del capitalismo financiero. El "renacimiento nacional" incluyó la conquista y pacificación de Marruecos (1912-1926).  Sólo en el desastre de Annual (1921) perdieron la vida 10.000 obreros y campesinos, obligados al Servicio Militar durante dos años. El coste de la campaña de Marruecos después de la guerra mundial fue de 700 millones de pesetas. El golpe de Primo de Rivera fue precedido de alborotos al llamamiento de reclutas y reservas y de motines al embarcarse. La alianza con el imperialismo francés al año siguiente llevó a la victoria decisiva sobre el pueblo marroquí. Una administración colonial cruel y asesina explotó a los campesinos y tribus marroquíes para beneficio del gobierno y de unos pocos capitalistas. La coalición republicano-socialista gobernó las colonias españolas en Marruecos como lo había hecho la monarquía, a través de la Legión Extranjera y de los mercenarios nativos. Los socialistas argumentaban que cuando se diesen las condiciones extenderían la democracia y las mejoras de un régimen progresista a Marruecos. Trotsky y sus partidarios calificaron la postura socialista de acto de traición a un pueblo oprimido. Incluso por la seguridad del pueblo español, Marruecos debía ser liberado. Los especialmente viciosos legionarios y mercenarios que allí se criaban serían la primera fuerza en ser utilizada por un golpe reaccionario y Marruecos su base militar. Los trabajadores debían luchar por la retirada inmediata de todas las tropas y la independencia de Marruecos, e incitar al pueblo marroquí en este sentido. La libertad de las masas españolas estaría en peligro mientras las colonias no fuesen liberadas. La solución a la liberación nacional de los pueblos catalán y vasco era similar a la de la cuestión colonial. El fuerte partido pequeño-burgués Esquerra Catalana tenía su principal apoyo entre los aparceros militantes, que debían aliarse con los trabajadores revolucionarios, pero que sucumbieron al programa nacionalista de la pequeña burguesía, la cual encontró así el apoyo del campesinado contra el papel desnacionalizador del gran capital y la burocracia estatal española. En las provincias vascas la cuestión nacional, en 1931, tuvo consecuencias aún más serias; el movimiento nacionalista estaba controlado por los clericales y conservadores y se transformó en el bloque de los diputados más reaccionarios en las Cortes Constituyentes. Como las provincias vascas y catalanas son las regiones industriales más importantes, éste era un problema decisivo para el futuro del movimiento obrero. ¿Cómo liberar a estos obreros y campesinos del control de clases enemigas? Los bolcheviques rusos dieron el modelo para la solución: inscribieron en su programa la liberación nacional y la llevaron a cabo después de la Revolución de Octubre. La autonomía más amplia para las regiones nacionales es perfectamente compatible con la unidad económica; las masas no tienen nada que perder con una medida de este tipo, que en una república de obreros permitirá a la economía y a la cultura desarrollarse libremente. Cualquier otra postura que no sea el apoyo a la liberación nacional apoya, directa o indirectamente, la máxima centralización burocrática de España exigida por la clase dominante, y así será extendida por las nacionalidades oprimidas. El nacionalismo catalán se había desarrollado bajo la opresión de la dictadura primorriverista. Así, un día antes de la proclamación de la república en Madrid, los catalanes habían ocupado los edificios del gobierno y proclamado una república catalana independiente. Una comisión de los líderes republicanos y socialistas se precipitaron a Barcelona y combinaron promesas de un estatuto de autonomía con amenazas extremas de represión; el arreglo final dio a Cataluña una autonomía muy restringida, que dejó a los políticos catalanes agraviados, hecho que podían utilizar provechosamente para mantener a sus seguidores obreros y campesinos. Bajo el pretexto de que el movimiento nacionalista vasco era reaccionario, la coalición republicano-socialista retrasó la solución de esta cuestión, y otorgó así a los clericales vascos, amenazados por la proletarización de la región, una nueva influencia entre las masas. Los socialistas, alegando liberarse de los prejuicios regionales, se identificaban con el punto de vista del imperialismo burgués español. Así, en todos los campos, la república burguesa demostró ser absolutamente incapaz de realizar las tareas "democrático-burguesas" de la revolución española. Esto significaba que la república no podía tener estabilidad; sólo podía ser una corta etapa de transición, que dejaría su lugar a la reacción militar, fascista o monárquica, o a una revolución social auténtica que diese a los obreros poder para construir una sociedad socialista. La lucha contra la reacción y por el socialismo era la única tarea y en el orden del día. Ⅲ.El gobierno de coalición y el retorno de la reacción La revolución de 1931 no tenía un mes cuando ya ocurrieron luchas sangrientas entre obreros y soldados. El mandato del cardenal primado a los católicos de no votar ni monárquicos ni republicanos condujo a la masiva quema de iglesias. Los obreros abuchearon una reunión en un club monárquico el 10 de mayo. Los monárquicos dispararon e hirieron a obreros; al correrse la noticia en Madrid, grupos de obreros iniciaron una redada de monárquicos. La lucha contra la Iglesia y los monárquicos alcanzó tales proporciones que los obreros comprometidos no acudieron a las fábricas por unos días, para llevar adelante la lucha. Los socialistas se unieron a los republicanos pidiendo calma y la vuelta al trabajo; los revolucionarios exigían exterminar las organizaciones monárquicas y arrestar a sus líderes. Los socialistas dieron órdenes a sus milicias de ayudar a la Policía a mantener la ley y el orden. En las luchas siguientes la Guardia Civil hirió a 10 trabajadores. Una comisión de sus compañeros exigió del gobierno provisional la disolución de la Guardia Civil. La réplica del gobierno fue la declaración de la ley marcial y el acuartelamiento de tropas en las ciudades importantes. El ejército y la policía de Alfonso, su casta de oficiales, todavía llorando al rey exiliado, se solazaban en ataques a aquellos que habían provocado la huida del rey. Los trabajadores tuvieron su primer contacto con la república y con la participación socialista en el gobierno burgués. Al redactar la nueva Constitución, los socialistas consideraron la coalición republicano-socialista como el gobierno permanente de España. Era más importante dar al gobierno español fuertes poderes que dejar las riendas sueltas a los anarquistas y a los comunistas "irresponsables", para que incitaran a las masas al desorden. ¿Había alguna justificación posible de la postura socialista? Los socialistas españoles planteaban que su apoyo al gobierno estaba justificado porque ésta era una revolución burguesa, que podía ser realizada por un gobierno republicano y que la "consolidación de la república" era la tarea más inmediata para evitar el regreso de la reacción. Con este argumento se hacían eco de la socialdemocracia alemana y austríaca de la postguerra. Pero negaban abiertamente la auténtica tradición y práctica del marxismo. Las revoluciones de 1848 habían fracasado y habían sido seguidas por el retorno de la reacción por la indecisión de los republicanos pequeño-burgueses. Sacando lecciones de 1848, Marx llegó a la conclusión que la lucha contra la vuelta de la reacción y para asegurar los máximos derechos a los obreros bajo la nueva república requerían que en las revoluciones burguesas siguientes el proletariado luchase con independencia, política y organizativa, de los republicanos pequeño-burgueses.[1] Las concepciones estratégicas de Marx fueron aplicadas en la Revolución rusa de 1905, donde el proletariado creó soviets de obreros, constituidos por delegados elegidos en las fábricas, talleres y barrios, como instrumento flexible para unificar a los obreros de distintas tendencias en la lucha contra el zarismo. Los obreros rusos siguieron el consejo de Marx de que no es necesario ninguna alianza con, incluso, los sectores más progresistas de la burguesía: ambas clases golpean al mismo enemigo, pero las organizaciones proletarias persiguen fines independientes sin la limitación y el compromiso innecesario de una alianza -esto es, un programa común que sólo podrá ser mínimo y, por tanto, un programa burgués- con la burguesía. En febrero de 1917 los soviets fueron creados nuevamente, en un momento en que la mayoría de los marxistas pensaban que se trataba de una revolución burguesa. Así, aun para una revolución "burguesa", los soviets eran necesarios. Las revoluciones alemana y austríaca enseñaban cosas muy distintas a las lecciones que los socialistas extraían. Estas revoluciones también habían creado soviets; pero dominados por los reformistas, fueron disueltos tan pronto el capitalismo recuperó su estabilidad. Las verdaderas lecciones de las revoluciones alemana y austríaca eran que los soviets requieren un programa revolucionario; que como órganos sin poder político no pueden existir indefinidamente, que no se puede apoyar, a la vez, al gobierno y a los soviets, como los reformistas alemanes y austríacos y los mencheviques rusos intentaron hacer; que los soviets pueden comenzar como comités de huelga poderosos, pero que deben transformarse en órganos de poder estatal. Estas hablan sido las conclusiones de Marx ochenta y seis anos atrás, reforzadas por todas las revoluciones siguientes. El rumbo seguido por los socialistas españoles de 1931 era, entonces, completamente ajeno al marxismo. "España es una república de trabajadores de todas las clases." Esta necia frase fue aprobada, bajo la iniciativa socialista, como el primer artículo de la Constitución. La Constitución limitó el voto a los mayores de veintitrés años y estableció un sistema para elecciones a Cortes que favorecía las coaliciones y hacía casi imposible la representación de los partidos minoritarios. ¡Los líderes socialistas confesaron, cuando este método se volvió contra ellos, que lo hablan aprobado bajo el supuesto de que la coalición con los republicanos duraría indefinidamente! Igual que bajo la monarquía, el Servicio Militar obligatorio se establecía en la Constitución. El presidente de la república tenía poder de elegir al primer ministro y de disolver las Cortes dos veces en el período presidencial de seis años; sólo podía ser sustituido de su cargo por el voto de los tres quintos de las Cortes. También se estableció un tribunal de garantías constitucionales con poderes, para anular la legislación, equivalentes a los del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, y un dificultoso sistema para enmendar la Constitución. El documento español, como la Constitución de Weimar, contenta una gran cantidad de fraseología sobre derechos sociales, pero con un "comodín", el artículo 42, que preveía la suspensión de todos los derechos constitucionales. Inmediatamente se aprobó la Ley para la Defensa de la República, copiada casi literalmente de la ley alemana equivalente. Difundir noticias que perturben el orden público y la buena reputación, denigrar las instituciones públicas, posesión ilícita de armas, rehusarse irracionalmente a trabajar y promover huelgas fueron definidos como "actos de agresión contra la república". Todavía se le dio aún más poder al ministro del Interior, para suspender reuniones públicas "en interés del orden público"; suspender clubs, asociaciones y sindicatos; investigar las cuentas de asociaciones y sindicatos y requisar armas en posesión ilícita. También fue sancionada una ley que continuaba los comités paritarios mixtos de Primo de Rivera para solucionar las huelgas. El ministro de Trabajo, Largo Caballero, declaró el 23 de julio de 1931: "Introduciremos el arbitraje obligatorio. Aquellas organizaciones obreras que no lo acepten serán declaradas ¡legales." Las huelgas por motivos políticos fueron declaradas ilegales, y era también ilegal hacer huelga sin haber presentado las exigencias por escrito a los patronos con diez días de antelación. Esta fue la estructura legal adoptada por la coalición republicano-socialista. Ni un solo diputado votó en contra y fue aprobada el 9 de diciembre de 1931 por 368 votos a favor y 102 abstenciones. Los revolucionarios replicaron recordando a los socialistas la teoría marxista del estado. El gobierno español, independientemente de quien se siente en el Gabinete, es un gobierno capitalista. Sus poderes son poderes en manos de la clase capitalista. Dar a este gobierno el poder de suspender las garantías constitucionales o de intervenir en las disputas laborales, etc., es un acto de traición contra el proletariado. Limitar el voto a los mayores de veintitrés años (¡en un país meridional, donde los muchachos de dieciséis años son figuras activas del movimiento obrero!) es despojar a la clase obrera de un medio poderoso de introducir en la vida política la fuerza más revolucionaria del país: la juventud. El proletariado es el que menos debe temer una democracia profunda: el esquema electoral asegura que grandes sectores del proletariado y del campesinado no estarán representados en las Cortes. Democratizar el régimen burgués concentrando las funciones gubernamentales en el Cuerpo más representativo, las Cortes, es un principio fundamental de la política de la clase obrera; dar poderes a un Tribunal Supremo, un presidente y un Gabinete es un crimen contra la democracia. Teniendo en cuenta que estos órganos más pequeños son mucho más susceptibles a las influencias reaccionarias. ¿Buscamos democratizar el estado para apoyarle? ¡No! La clase obrera fortalece sólo sus propias organizaciones, sus propios órganos de clase. Las limitadas posibilidades de democratizar el aparato del estado burgués son importantes sólo en cuanto nos permiten construir el DOBLE PODER de los soviets.   *       *       * Los sangrientos enfrentamientos de mayo fueron sólo el principio. "Distribuir noticias que perturben el orden público y la buena reputación" fue una descripción lo suficientemente amplia como para incluir la mayoría de la crítica marxista o anarquista. No es raro que los hombres de Azaña secuestraran cinco de seis ediciones sucesivas de un periódico comunista. La prohibición de promover huelgas fue un golpe de muerte a los métodos sindicalistas de lucha. Las huelgas eran desplazadas del campo de batalla a los cauces debilitantes de los comités paritarios antes de que los obreros tuvieran la oportunidad de presionar para obtener un arreglo favorable. Los socialistas advirtieron a los huelguistas de la CNT de que obtendrían mejores condiciones si se integraban en "el sindicato gubernamental". Ante la crisis, cada vez más profunda, de la agricultura, los terratenientes arreciaban sus ataques al "nivel" de vida de los aparceros y jornaleros; no fueron respetados los convenios que elevaban sus salarios y a los trabajadores se les prohibió hacer huelga, mientras los delegados gubernamentales realizaban interminables investigaciones y conversaciones con los terratenientes. El clero, ileso por las insignificantes leyes eclesiales, presentó sus exigencias, que encontraron importantes portavoces en el gobierno. Cuando en agosto de 1931 el vicario general de Sevilla fue cogido cruzando ilegalmente la frontera con documentos que revelaban la venta y la ocultación de propiedades pertenecientes a los jesuitas y a la Iglesia en general, los ministros católicos en el gobierno provisional, Maura y Zamora, lograron impedir la publicación de tales documentos. Maura se retiró del gobierno cuando finalizó, en diciembre, el Gabinete provisional; pero Zamora, que quería irse porque era contrario a las cláusulas constitucionales y a las leyes que atañían a la Iglesia, los socialistas le persuadieron de aceptar la presidencia de la república. Desde ese importante puesto y desde el primer día, Zamora ayudó a las fuerzas clericales de la reacción. El socialista Indalecio Prieto se integró en el Gabinete como ministro de Finanzas. El gobierno fue sacudido como por un terremoto ante su primer intento de controlar el Banco de España. Hubo un cambio de gobierno y el Ministerio de Finanzas fue ocupado por un capitalista, quien nombró directores "satisfactorios" para el Banco. El último día del primer año republicano, los campesinos de Castelblanco dieron el primer grupo importante de presos políticos a la república. Los líderes campesinos, que habían resistido firmemente un ataque de la Guardia Civil, fueron enviados a prisión por largos períodos. Desde aquí en adelante, el drama siguió su curso hacia un fin inexorable: la reacción. Cuando llegó a ser evidente que el curso gubernamental no sólo dejaba intacta a la reacción, sino que además la permitía fortalecerse, los líderes socialistas tuvieron que hablar más de sus propias organizaciones y menos de los logros gubernamentales. Los miembros, crecientes, de la UGT y las milicias socialistas sujetaban a los trabajadores rebeldes. Los revolucionarios señalaban que la UGT no podía ser un baluarte contra la reacción mientras apoyase al gobierno. La lucha contra el capitalismo y el apoyo a un gobierno burgués son incompatibles. El prestigio del gobierno depende de su capacidad para "mantener el orden", el ministro de Trabajo, Caballero, debe impedir las huelgas con la ayuda de los comités paritarios (de arbitraje) o reprimirlas si estallan sin su consentimiento. Así, las milicias socialistas, creadas con el consentimiento del gobierno y usadas como auxiliar de la policía, sólo servían para hacer ostentación en desfiles, Una milicia realmente proletaria no puede comprometerse a apoyar a un gobierno burgués ni limitarse ni verse limitada por las organizaciones obreras leales al régimen; debe ser una genuina arma de clase que lucha por los derechos democráticos sin limitarse a la legalidad burguesa, tan dispuesta a pasar a la ofensiva como a luchar a la defensiva. Al aplastar a la CNT, las tropas extendieron la represión a toda la clase obrera. Con la excusa de reprimir un golpe anarquista en enero de 1933, la Guardia Civil "limpió" varios grupos de activistas. El enfrentamiento de Casas Viejas llegó a ser una causa célebre que conmovió al régimen y abrió la puerta a la reacción. La contrarrevolución se había alzado en armas (10 de agosto de 1932) en Sevilla cuando el general Sanjurjo, al mando de tropas y de guardias civiles, intentó restaurar la monarquía (el movimiento fue aplastado por obreros sevillanos que enarbolaban slogans revolucionarios y que alarmaron más a Azaña que a Sanjurjo). La contrarrevolución descubría ahora que podía vencer a los socialistas y republicanos por medio de llamamientos demagógicos a las masas. Los partidos monárquicos y católicos enviaron su propia comisión investigadora a Casas Viejas; desenterraron una terrible historia. La Guardia Civil, obedeciendo órdenes directas de Quiroga, ministro del Interior, de "no hacer prisioneros", había bajado al pequeño pueblo, donde, después de dos años de esperar pacientemente que el Instituto de Reforma Agraria dividiera la finca próxima del duque, ocuparon la tierra y comenzaron a cultivarla. Los campesinos apenas pudieron resistirse a la Guardia Civil; fueron cazados por los campos como animales; hubo 20 muertos y varios heridos. Los delegados gubernamentales previnieron a los supervivientes de que, de no quedarse tranquilos, correrían la misma suerte. Azaña se negó a investigar y retrasó la interpelación en las Cortes. Finalmente, la coalición republicano-socialista tuvo que enfrentarse al problema. Los diputados monárquicos católicos derramaban abundantes lágrimas por los campesinos masacrados y enronquecieron condenando a un gobierno tan cruel. Cuando Azaña finalmente admitió la verdad sobre Casas Viejas, intentó responsabilizar a la Guardia Civil, pero ésta im plicó al mismo Quiroga. Los diputados socialistas permanecieron silenciosos y votaron una moción de confianza. Los reaccionarios avanzaban posiciones: aparte de Casas Viejas, denunciaron al gobierno por reprimir la prensa obrera y por el gran número de prisioneros políticos, casi todos obreros, en las cárceles (los comunistas estimaron unos 9.000 en 1933). Los reaccionarios también presentaron a las Cortes un proyecto de amnistía para todos los presos políticos, aplaudido con entusiasmo por los anarquistas. Los obreros, y sobre todo los campesinos, asistían desconcertados ante tan audaz y efectiva demagogia. ¿Quiénes eran sus amigos? Los republicanos y socialistas les habían prometido tierra y habían incumplido su promesa. "¿Te ha dado de comer la república?" La república había matado y encarcelado a los valientes campesinos de Castelblanco y Casas Viejas. Los socialistas en vano daban argumentos y se defendían; lo que los campesinos conocían era su propia miseria. El final fue bastante rápido. En junio de 1933 Alcalá Zamora maniobró para echar a la coalición, pero no lo logró; los socialistas anunciaron que responderían ante cualquier otro intento con la huelga general. Era una amenaza vacía. Es dudoso que los obreros, desconcertados y desilusionados, hubiesen respondido al llamamiento. ¡Demasiado habían pasado por el aro! Tres meses más tarde, Alcalá atacó de nuevo, destituyó al Gabinete y disolvió las Cortes, Lerroux fue nombrado primer ministro. En noviembre se celebraron elecciones; la victoria de la coalición de reaccionarios y derechistas fue aplastante. Los socialistas dieron muchas explicaciones; los recalcitrantes anarquistas habían agitado con efectividad por el boicot; los comunistas habían llevado listas separadas; las mujeres, que votaban por primera vez, estaban bajo la influencia clerical. Los socialistas, con listas independientes en la mayoría de los sitios por la presión de la base, cayeron víctimas de sus propias estúpidas medidas sobre el funcionamiento electoral; los caciques locales y terratenientes aterrorizaron a los pueblos y compraron votos; las elecciones fueron fraudulentas en varios lugares, etc. Pero ésta era una mala coartada y sus detalles, sin lugar a dudas, una prueba del fracaso, en dos años y medio, de la coalición republicano-socialista para ganarse y compenetrarse con las masas o para aplastar la reacción. Las frías estadísticas señalaban que de 13 millones de electores ocho votaron, más de la mitad, por la coalición de derechas, el "frente antimarxista", y otro millón por los partidos de centro. Los republicanos pequeño-burgueses fueron derrotados, sólo obtuvieron siete diputados; la mayoría, como Azaña, por los votos socialistas. Citamos a Indalecio Prieto como testigo de nuestro análisis de las causas de la victoria de la reacción. En un vuelo a París, después de la insurrección de octubre de 1934, y en un arranque de extrema honestidad y sinceridad, Prieto declaró al Petit Journal, contestando a la pregunta ¿cómo explica usted el descontento en España y el éxito de Gil-Robles en las elecciones?: "Precisamente por la política derechista del régimen de izquierdas -dijo Prieto-. Este gobierno nacido con la república y creado por la república se volvió el baluarte de las fuerzas adversas a la república. Es verdad que el gobierno español de izquierda llevó a cabo una política de derechas enfrentándose a Lerroux y a Samper. En este periodo de declive del capitalismo, la burguesía española no podía llevar a cabo ni la revolución democrático-burguesa." [1] "Para luchar contra un enemigo común no se precisa ninguna unión especial. Por cuanto es necesario luchar directamente contra tal enemigo, los intereses de ambos partidos coinciden por el momento..." El propósito de la pequeña burguesía será, en cuanto quede asegurada la victoria, utilizarla en beneficio propio, invitar a los obreros a que permanezcan tranquilos y retornen al trabajo, evitar los llamados excesos y despojar al proletariado de los frutos de la victoria"... "Durante la lucha y después de la lucha, los obreros, en cada oportunidad, deben presentar sus propias exigencias en contradicción con las exigencias que plantean los demócratas burgueses... Deben detener, siempre que sea posible, cualquier manifestación de embriaguez por el triunfo y de entusiasmo por el nuevo estado de cosas, y deben explicar claramente su falta de confianza, en todos los sentidos, en el nuevo gobierno a través de un análisis despiadado del nuevo estado de cosas. Deben, simultáneamente, erigir su propio gobierno obrero revolucionario paralelo al nuevo gobierno oficial, sea en la forma de comités ejecutivos, juntas de barrios, clubs obreros o comités obreros, para que el gobierno democrático-burgués no sólo pierda la posibilidad de contener a los obreros, sino que, además, se sienta observado y amenazado por una autoridad que representa las masas de obreros. En una palabra: desde el primer momento del triunfo, y después de él, la desconfianza de los obreros no debe ya dirigirse al vencido partido reaccionario, sino a su anterior aliado, los demócratas pequeño burgueses, que desean explotar el triunfo común solamente a su favor." (Marx: "Mensaje del Comité Central de la Liga de los Comunistas" [1850], tercer apéndice a "Revolución y contrarrevolución", de Engels.) Ⅳ.La lucha contra el fascismo(Noviembre1933 –Febrero 1936) Aunque las crisis gubernamentales cambiaron los integrantes del Gabinete seis veces durante dos años, los radicales de Lerroux permanecieron al timón, con Lerroux o sus lugartenientes -Samper, Martínez Barrios -como primer ministro. Los radicales garantizaron a la izquierda que ningún hombre de Gil-Robles entraría al Gabinete. Este arreglo fue ordenado por Gil-Robles, quien había estudiado los métodos de Hitler y de Mussolini, y no se atrevía a tomar el poder abiertamente hasta que su movimiento fascista adquiriese una base de masas. Ciertamente era adecuado que este régimen degenerado y reaccionario fuese dirigido por los radicales, a cuya maloliente historia nos hemos referido anteriormente. Un partido tan grotesco y bufón ("¡De cada monja una madre!", había sido un slogan de Lerroux) sólo podía existir mientras el capitalismo y el proletariado no se enfrentasen en un combate a muerte. Pronto se disolvería; su final fue provocado, en el momento justo, por una serie de escandalosas revelaciones de especulaciones financieras que comprometían a toda la dirección del Partido. Pero durante el bienio negro sus cínicos sátiros sirvieron como ministros a los austeros clericales. La estructura legal proporcionada por la coalición republicano-socialista fue de gran utilidad a Lerroux y a Gil-Robles. Más de cien ediciones de El Socialista fueron requisadas en un año. La Internacional Socialista calculó que en septiembre de 1934 habla 12.000 obreros encarcelados. Las milicias socialistas fueron prohibidas y sus armas confiscadas. Se cerraron los locales de reunión de los obreros, se revisaron las cuentas de los sindicatos para descubrir el uso de fondos con propósitos revolucionarios. Los socialistas y otros trabajadores elegidos en las elecciones municipales fueron destituidos. Todas las leyes que los socialistas pensaban utilizar contra los "irresponsables" eran usadas contra ellos. El problema principal de Gil-Robles era asegurarse una base de masas, tarea difícil en España porque la clase media baja es extremadamente pequeña. Aparte del pequeño grupo de prósperos campesinos -propietarios del Norte (Vizcaya y Navarra), donde fue organizada una fuerza similar a la milicia clerical-fascista austríaca-, le iba a ser muy difícil a Gil-Robles reclutar entre las clases más bajas. Estaban, sin embargo, el millón y medio de parados en la ciudad y en el campo. Para ganárselos, Gil-Robles presentó un proyecto de ley estableciendo el seguro de desempleo, buscando explotar el hecho de que el gobierno republicano-socialista había abandonado a los parados. Los clericales presentaron un programa de repoblación forestal gubernamental, utilizando los campos de trabajo como escuelas de fascismo. Fundaron un movimiento juvenil: Federación Sindical Católica y una Federación de Campesinos Católicos. Gil-Robles hasta atemorizó a sus aliados, los terratenientes del Partido Agrario, al hablar de dividir las grandes fincas. Aparentemente, aun para los observadores hostiles, Gil-Robles estaba logrando seguidores entre las masas. Pero cuando, después de unos meses de trabajo paciente y grandes gastos, los fascistas clericales intentaron enseñar los resultados a través de grandes concentraciones de masas organizadas, fueron aplastados y disgregados por el proletariado socialista. ¿Por qué? Es un hecho que a menudo el fascismo clerical era inepto. Sin embargo, la falta de una demagogia convincente no había impedido al fascismo clerical derrotar al proletariado en Austria. El fascismo clerical español no venció porque el proletario, a diferencia del alemán, luchó, y luchó antes de que fuese demasiado tarde, a diferencia del proletariado austríaco. El proletariado español demostró estar realmente decidido a no dejarse vencer por el fascismo. El giro hacia la izquierda que tomó la socialdemocracia internacional, después de las derrotas en Alemania y Austria, se realizó en España antes que en ningún otro lado. Caballero se unió al ala izquierda, cuyo soporte principal, la juventud socialista, tenía una postura muy crítica con respecto a la II y III Internacional. El ala izquierda se declaró a favor de preparar la revolución proletaria, que debía conseguirse por la insurrección armada. El ala central del Partido, encabezada por Prieto y González Peña, prometió públicamente en las Cortes que cualquier intento de establecer un régimen fascista sería combatido con la revolución armada. Sólo una pequeña ala derechista, encabezada por Besteiro, rehusó aprender de lo que había sucedido en Alemania y Austria. En la UGT, Caballero libró una decidida batalla; los socialistas del ala derecha que se opusieron fueron obligados a dimitir de la Ejecutiva. Precisamente porque habían dependido tanto ideológicamente de los Kautskys y Bauers, la caída de sus maestros permitió a los socialistas españoles una ruptura tan radical con su pasado. Los burgueses, analizando la política proletaria por analogía a la burguesa, pensaron que todo era un bluff, hasta que se convencieron, atemorizados, al encontrar grandes depósitos de armas en los edificios y hogares socialistas. Con el Partido Socialista dispuesto a batallar, la lucha contra el fascismo se vio facilitada enormemente; no es exagerado decir que el giro a la izquierda del Partido Socialista hizo posible, en las condiciones existentes, la victoria sobre el fascismo. Haber reorganizado a las masas a pesar de los socialistas, hubiese requerido un partido revolucionario de un calibre y proporciones que no existía en España. Sin embargo, fue imposible que el Partido Socialista asumiese la concepción marxista de la insurrección. Aun los mejores líderes socialistas de izquierda sostenían una concepción extremadamente estrecha. En términos pseudoizquierdistas, similares a los de los anarquistas y de los estalinistas del "tercer periodo", los socialistas declararon no estar ya interesados en el curso de la política republicano-burguesa. ¡Como si la revolución no pudiese beneficiarse de, o influir en, el curso de la política burguesa! Por ejemplo, los derechistas habían ganado Cataluña en las elecciones de noviembre, pero era tal el resurgir de las masas que, sólo dos meses después, el bloque de izquierdas los barrió en las elecciones municipales catalanas. La derrota de noviembre provocó una crisis en la CNT, donde parte de los líderes exigían terminar con el boicot a las elecciones. Así, una campaña socialista exigiendo la disolución de las Cortes y nuevas elecciones, podría haber unido a las masas, arrancando a los sindicalistas de los anarquistas e introduciendo una cuña entre Gil-Robles y muchos partidarios de Lerroux. Aparentemente, sin embargo, los socialistas temían no ser suficientemente izquierdistas. El carácter amplio de la insurrección proletaria fue explicado por la Izquierda Comunista (trotskista). Dedicó sus esfuerzos a construir el instrumento indispensable para la insurrección: los consejos obreros constituidos por delegados de todos los partidos y sindicatos obreros, de los talleres y barrios. Debían ser creados en cada localidad coordinados a nivel nacional; una verdadera dirección de masas en la que, a medida que funcionase, se irían integrando todos los obreros, los sin partido, sin sindicato, los anarquistas, que estuviesen seriamente interesados en luchar contra el capitalismo. Desafortunadamente, los socialistas no comprendieron la profunda necesidad de estas alianzas obreras. No era tan fácil superar las tradiciones burocráticas. Caballero, que no podía comprender mucho más que Prieto, comprendía que el liderazgo de las masas en la revolución debía ser más amplio que el liderazgo de un partido. Para los líderes socialistas, las alianzas obreras significaban que tendrían, simplemente, que compartir la dirección con la Izquierda Comunista y otros grupos comunistas disidentes. De este modo, aunque la Izquierda Comunista logró crear las alianzas en Asturias y Valencia y existían en Madrid y en algún otro sitio, no pasaron de ser, en la mayoría de los casos, comités en las "alturas", sin delegados elegidos o de la base, es decir, comités de coordinación entre las direcciones de las organizaciones. Y ni siquiera esto se completó con la unión de un comité nacional. Aunque parezca increíble, la obra del escritorzuelo fascista Curzio Malaparte, Técnica del golpe de Estado, estaba de moda entre los líderes socialistas. ¡Pensaban que los descabellados diálogos de Malaparte entre Lenin y Trotsky, que elaboraban una concepción puramente putschista de la toma del poder por pequeños grupos de hombres armados, eran transcripciones reales! Los socialistas parecían tener una completa ignorancia del papel de las masas en la Revolución de Octubre del 17. No explicaron a las masas lo que la revolución venidera significaría para ellas. Aunque dirigieron, en junio de 1934, una huelga general de casi medio millón de pequeños propietarios del campo, no consolidaron la unión entre el campo y la ciudad, organizando a los obreros ciudadanos para que apoyasen la huelga con piquetes y fondos; tampoco se utilizó la huelga para difundir sistemáticamente el slogan de ocupar la tierra, aunque durante esos meses la ocupación de tierras por los campesinos alcanzaron el punto más alto. Como consecuencia, cuando la amarga huelga terminó sin la victoria, la conciencia de clase de los trabajadores del campo, siempre mucho más débil que la del proletariado industrial, estaba tan golpeada que no jugaron ningún papel en la insurrección de octubre. Tampoco estaba el proletariado industrial preparado para ocupar las fábricas y las instituciones públicas, ni estaba imbuido de la convicción de que era cosa suya derrotar al capitalismo y comenzar a construir un orden nuevo. Por el contrario, los socialistas aludían oscuramente a sus preparativos para hacer la revolución por ellos mismos. A pesar de esto, en sus luchas parciales contra la amenaza fascista, los socialistas se comportaron magníficamente, Gil-Robles había dedicado grandes esfuerzos a planificar, cuidadosamente, tres concentraciones: la de El Escorial, cerca de Madrid, el 22 de abril de 1934; la de los terratenientes, en Madrid, el 8 de septiembre, en contra de las leyes de arriendo liberales aprobadas por el gobierno catalán, y la del 9 de septiembre en Covadonga, Asturias. Ninguna tuvo éxito. Los obreros declararon huelgas generales en cada zona; se rompieron calzadas, se interceptaron los trenes, era imposible comer y alojarse, se bloquearon las carreteras con barricadas y con puños y armas se hizo retroceder y se dispersó a los reaccionarios. Los pequeños grupos de jóvenes ricos y sus sirvientes, clérigos y terratenientes que lograron pasar con la ayuda del ejército y de la Guardia Civil contrastaban de forma tan ridícula con las fuerzas de sus adversarios que la pretensión fascista clerical de representar a toda España recibió un golpe irreparable. La oposición de los obreros fue reforzada por la lucha de liberación nacional. Cataluña se movilizó contra su estatuto de semiautonomía. Companys, todavía en el poder, tuvo que permitir una serie de gigantescas manifestaciones contra Gil-Robles. Finalmente, los diputados nacionalistas abandonaron, todos juntos, las Cortes. El centralismo reaccionario encontró la hostilidad, incluso, de los conservadores vascos; en agosto de 1934, en una reunión de ayuntamientos vascos, se decidió no colaborar con el gobierno. La respuesta de Lerroux, arrestar a todos los alcaldes vascos, sólo agudizó la crisis. Los fascistas clericales no se atrevieron a esperar más. No hablan logrado una base de masas, pero cada día que pasaba la oposición se fortalecía. La desunión entre los trabajadores tendía a disminuir de forma lenta pero eficaz. A pesar del juego de Lerroux de trato favorable a la CNT, para reforzar los elementos apolíticos que planteaban que todos los gobiernos eran iguales de malos y el gobierno de Lerroux no era peor que el último, las propuestas socialistas comenzaron a ser aceptadas. En varias huelgas la CNT cooperó con la UGT, y en varios sitios, sobre todo en Asturias, los anarquistas se hablan integrado en las alianzas obreras. También los estalinistas tuvieron que integrarse. Desde noviembre de 1933 habían recibido cada giro socialista hacia la izquierda con las invectivas más injustas, Kuusinen, informador oficial en el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en diciembre de 1933, acusó a los socialistas españoles de cooperar "en la preparación para establecer una dictadura fascista". "No existen desacuerdos entre los fascistas y los socialfascistas en cuanto a la necesidad de la facistización posterior de la dictadura burguesa", sostenía el CEIC. "Los socialdemócratas están a favor de la facistización siempre que se preserve la forma parlamentaría...; lo que le preocupa a este gente es que los fascistas, en su furibundo ardor, puedan acelerar la caída del capitalismo...; la fascistización de la socialdemocracia está ocurriendo a pasos acelerados" (INPRECORR, vol. 14, pág. 109). Cuando en abril de 1934 el secretario del Partido Comunista de España, Balbontín, dimitió porque la Internacional Comunista no aprobó un frente unitario, se le contestó: "Los socialfascistas tienen que mantener el engaño entre las masas de que ellos son enemigos de fascismo, y de que se entabla una gran lucha entre el socialismo y el fascismo, como algunos contrarrevolucionarios pequeño-burgueses (Balbontín) pretenden hacer creer a las masas" (ibid., pág. 545). En junio de 1934, cuando los fascistas mataron a la socialista Juanita Rico en Madrid, el Partido Comunista tuvo que aceptar la invitación socialista a participar en el funeral. Sin embargo, el 12 de julio rechazó una invitación socialista para unificar la acción y entrar en las alianzas obreras y declaró,. "Nuestra táctica correcta con respecto al frente unitario nos permite frustrar los planes contrarrevolucionarios de las alianzas obreras." Alrededor del 12 de septiembre la presión desde sus propias filas era irresistible; los delegados del Partido Comunista se integraban el 23 de septiembre a las alianzas obreras, justo unos pocos días antes de que la lucha armada comenzase. Si los exponentes principales de la teoría del socialfascismo se habían integrado al frente unitario proletario, pronto los obreros de la CNT seguirían el mismo camino. Gil-Robles no podía esperar más; y contraatacó. Alcalá Zamora nombró a Lerroux para formar un nuevo gobierno; entraron tres de los candidatos de Gil-Robles. Los socialistas hablan declarado que responderían con las armas a un cambio de este tipo. Si no cumplían su palabra, Gil-Robles tomaría la iniciativa y las masas quedarían desmoralizadas. Los socialistas asumieron el reto en seis horas. Las alianzas obreras y la UGT, en la medianoche del 4 de octubre, declararon la huelga general. Los agitados sucesos de los quince días siguientes son conocidos y, por tanto, no se repetirán aquí. A pesar de la ausencia de verdaderos soviets, de la falta de claridad acerca de los objetivos de la lucha, de no haberse llamado a los campesinos y a los obreros a ocupar la tierra y las fábricas, los obreros se lanzaron heroicamente a la lucha. La negativa de los obreros ferroviarios de la CNT a unirse a la huelga quebró la columna vertebral de la resistencia y permitió al gobierno transportar municiones y tropas. Las pocas horas de diferencia entre el llamamiento a la huelga general y la movilización de las milicias obreras dieron tiempo al gobierno para arrestar a los soldados, con los cuales se contaba para dividir al ejército; el fallo de no haber armado a los obreros de antemano no podía repararse en unas pocas horas, mientras las tropas gubernamentales y la Policía revisaban todos los edificios sospechosos. Hubo muchas delaciones de depósitos de armas; muchos hombres claves huyeron cuando la derrota parecía inminente. En Cataluña, que debía haber sido el alma de la insurrección, fue fatal depender del gobierno pequeño-burgués de Companys. Más temeroso de armar a los obreros que de capitular con Gil-Robles, difundió mensajes tranquilizadores hasta que, rodeado por tropas madrileñas, se rindió de forma abyecta. A pesar de todo esto, los obreros resistieron tremendamente. En Madrid, Bilbao y otras ciudades los encuentros armados no pasaron de "paqueos" por parte de la clase obrera; pero las huelgas generales continuaron largo tiempo, sostenidas por el proletariado con ejemplar entusiasmo y disciplina, paralizando la vida industrial y comercial como no se habla hecho nunca, La lucha de Asturias fue la más importante y gloriosa. En Asturias, las alianzas obreras eran casi soviets y habían funcionado, durante un año, dirigidas por el Partido Socialista y la Izquierda Comunista. Los mineros, conducidos por Peña y Manuel Grossi, a falta de armas utilizaban dinamita y herramientas para llevar a cabo su victoriosa insurrección. "La república de obreros y campesinos" dio la tierra a los campesinos, confiscó las fábricas, juzgó a sus enemigos en tribunales revolucionarios y durante quince días históricos resistió a la Legión Extranjera y a las tropas moras. Se dice en España que, de haber habido tres Asturias, la revolución habría triunfado. Sólo el fracaso de la revolución en otras partes permitió al gobierno concentrar todas sus fuerzas en Asturias. El período siguiente no fue de pesimismo en las filas obreras. Por el contrario, se reconocía que no habían sido derrotados a nivel global. Como las masas habían hecho solamente huelga y limitado su lucha a desembarazarse de esquiroles, sus filas estaban intactas. Pronto lucharían de nuevo, y esta vez con más experiencia. La terrible historia de cómo habían sido asesinados 3.000 obreros asturianos, la mayoría después de rendirse, sólo sirvió para fortalecer la decisión de las masas. Se ofreció una fiera resistencia a los intentos de Gil-Robles de apoderarse de los "cuarteles generales" obreros, clausurar sindicatos y confiscar los fondos. Aparecieron órganos ilegales para sustituir a la prensa obrera confiscada, que circulaban abiertamente. Se hicieron huelgas generales cuando se ejecutaron a los prisioneros de octubre. Numerosas huelgas económicas demostraron que la moral proletaria permanecía incólume. El l.º de mayo de 1935, a pesar de los esfuerzos frenéticos del gobierno, se paralizó totalmente las actividades laborales, menos los servicios públicos, atendidos por las tropas del gobierno. Las campañas proamnistía, pidiendo el nidulto de los condenados y la liberación de los presos, movilizó amplios sectores del campesinado y de la pequeña burguesía. El grito de "¡Amnistía! ¡Amnistía!" integró a la vida política a estratos que hasta ahora se hablan mantenido al margen. El régimen clerical-radical comenzó a resquebrajarse. El presidente, Alcalá Zamora, no se atrevió a ir más lejos. Antes de que finalizara la lucha, conmutó la pena de muerte de los dirigentes catalanes. El Partido Radical se dividió cuando en mayo el perspicaz Martínez Barrios (que como primer ministro, en 1933, había reprimido ferozmente una intentona anarquista) encabezó un grupo antifascista y se unió con Azaña y otros republicanos para luchar por la amnistía. El mismo Lerroux retrocedió e indultó el 29 de marzo a Peña y otros 18 socialistas condenados. Cuando Gil-Robles se vengó retirando a sus ministros, Alcalá nombró a Lerroux nuevamente primer ministro. Lerroux disolvió las Cortes durante un mes, en que los radicales gobernaron solos. El 4 de mayo Lerroux formó gobierno de nuevo con los fascistas clericales, esta vez con Gil-Robles como ministro de la Guerra. Pero el curso de los acontecimientos había quedado claro desde el l.º de mayo. Ahora sabemos que Gil-Robles aceptó el Ministerio de la Guerra para preparar el ejército, los depósitos de armas y emplazamientos secretos alrededor de Madrid para la lucha que actualmente se está desarrollando, previendo, como todo el mundo sabia, que pronto seria desplazado del poder. Se realizaron grandes concentraciones antifascistas exigiendo la disolución de las Cortes y nuevas elecciones. Eran normales los mítines de 1.000 y 2.000 personas. El sentimiento de unidad era dominante en la clase obrera. Los anarquistas, muy desacreditados por su negativa a unirse a la insurrección de octubre, intentaban disculparse alegando la represión, que en su momento desató Companys contra ellos, y aseguraban que estaban dispuestos a unirse a los socialistas para luchar por la libertad. Angel Pestaña se escindió de la CNT y organizó el Partido Sindicalista para participar en las elecciones que se acercaban; y hasta la dirección de la CNT declaró que permitiría a sus integrantes votar contra el régimen semifascista. Ante la marcha de los acontecimientos, la mayoría de la prensa burguesa se puso en contra de Gil-Robles. Sólo hacía falta el toque final de que un escándalo financiero comprometiese al gobierno de Lerroux. Los fascistas clericales habían llegado a un callejón sin salida y tuvieron que retirarse. No tenían idea, sin embargo, de la magnitud de la ola que los barrería. Pensaban que los grupos centristas ganarían las elecciones de febrero. Así también pensaba Azaña, quien ocho días antes de las elecciones intentó posponerlas, temiendo que la coalición republicano-obrera no hubiese tenido suficiente tiempo para hacer propaganda. Pero las masas de campesinos y de obreros, de hombres y mujeres, pudieron expresarse finalmente. Y no sólo en las urnas. Al conocer los resultados electorales, las masas se manifestaron en las calles. A los cuatro días de las elecciones, Azaña estaba nuevamente a la cabeza del gobierno; pedía paz y que los obreros regresaran al trabajo, desechando cualquier espíritu de venganza. ¡Ya estaba repitiendo las frases y siguiendo la política de los años 1931-1933!l Ⅴ.El gobierno del Frente Popular y sus aliados (20 de febrero-17 de jilio de 1936) ¿Quiénes son los criminales y traidores, responsables de haber hecho posible que, cinco meses después de los días de febrero en que los obreros arrancaron a los fascistas clericales del gobierno, los reaccionarios dirijan al ejército y a la policía en una contrarrevolución tan poderosa? Todo comunista y socialista serio quiere saber responder a esta pregunta fundamental no sólo importante para España y para Francia, donde algo similar está ocurriendo, sino para el proletariado de todo el mundo. La respuesta es: Los criminales y traidores son el gobierno republicano de "izquierda" y sus aliados, el Partido Comunista y los socialistas reformistas. Cuando llegaron las elecciones de febrero, el ala izquierda de los socialistas se oponían a una lista electoral común con los republicanos, porque no creían que los republicanos tuviesen respaldo real y por el odio de las masas contra estos hombres: la Esquerra Catalana de Companys había traicionado en la revolución de octubre; la Unión Republicana de Martínez Barrios era sólo un vestigio de los radicales de Lerroux, que entonaban una nueva canción apropiada a la situación; Azaña y sus republicanos de izquierda repudiaron a la revolución de octubre y no eran nada más que un puñado de intelectuales. Los socialistas de izquierda fueron especialmente ultrajados cuando Prieto y el Partido Comunista accedieron a dar la mayoría a estos republicanos en las listas electorales comunes: ¡Las listas daban 152 diputados a los republicanos y 116 a las organizaciones obreras! Pero no fue éste el verdadero crimen. Los bloques con propósitos electorales no son una cuestión de principios para los revolucionarios, aunque muy pocas veces se justifican por consideraciones tácticas. Pero esos acuerdos electorales deben limitarse sólo al intercambio de votos. Antes, durante y después de las elecciones, el partido proletario continúa expresándose desde su propia plataforma, con su propio programa, explicando a los obreros que no puede llegar a ningún acuerdo programático con sus temporales aliados electorales. Porque el llamado "programa común" podía ser, y era realmente, únicamente el programa de la clase enemiga. Este fue el verdadero crimen, que las organizaciones obreras suscribieron y garantizaron otra carta de la burguesía, necesariamente idéntica a la de 1931-1933. Prieto olvidó que había dicho: "En este período de declive del capitalismo, la burguesía española no podía llevar a cabo ni la revolución democrático-burguesa." El Partido Comunista, obedeciendo servilmente la nueva orientación de la Internacional, abandonó su critica de los años 1931-1933 sobre la imposibilidad de la burguesía de realizar las tareas democráticas de la revolución, y declaró que la coalición con la burguesía llevaría a cabo estas tareas[1]. El programa del Frente Popular fue un documento básicamente reaccionario: 1. La cuestión agraria. El programa establece: "Los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización de la tierra y su libre distribución entre los campesinos, solicitado por los delegados del Partido Socialista." En su lugar promete estimular las exportaciones, créditos, seguridad a los arrendatarios y la compra de fincas para arrendarlas a los campesinos. En otras palabras, el programa de 1931, que ya había demostrado ser una broma cruel. 2.  La expansión de la economía española promete un sistema más eficaz de protección arancelaria, instituciones para encaminar la industria (un departamento de comercio, de trabajo, etc.), colocar el Tesoro y los bancos al servicio de la "reconstrucción nacional", sin pasar por alto el hecho de que "cosas tan sutiles como el crédito no pueden ser arrancadas del campo seguro del esfuerzo útil y remunerativo". Los partidos republicanos no aceptan las medidas de nacionalización de los bancos propuestas por los partidos obreros. "Grandes planes" de obras públicas. "Los republicanos no aceptan el subsidio de paro solicitado por la delegación obrera, ya que se piensa que las medidas de política agraria y las que se llevarán a cabo en la industria, las obras públicas y, en suma, todo el plan de reconstrucción nacional, cumplirán no sólo sus fines propios, sino también la tarea esencial de absorber el desempleo." Esto, también, igual que en 1931. 3.  La Iglesia. Sólo el párrafo sobre educación afecta a la Iglesia. La república "impulsará, con el mismo ritmo que en los primeros años de la república, la creación de escuelas primarias... La educación privada estará sujeta a vigilancia en interés de la cultura, análoga a la de las escuelas públicas". ¡Sabemos, por la historia de los años 1931-1933, de qué ritmo se trataba! 4.  El ejército. El único párrafo que afecta al ejército es el que promete la investigación y el castigo de los abusos de la policía, destituyendo a los oficiales con mando encontrados culpables. ¡Ni siquiera la democratización insincera del ejército que se planteaba en 1931! Así el Cuerpo de Oficiales queda intacto. En los cinco meses posteriores, el gobierno del Frente Popular eludió cualquier investigación de la masacre de Asturias y otros crímenes perpetrados por el Cuerpo de Oficiales. 5.  Las cuestiones nacional y colonial. Ni una palabra en el programa del Frente Popular. Marruecos permaneció en las manos de la Legión Extranjera hasta que finalmente, el 18 de julio, tomaron absolutamente el poder. El estatuto de semiautonomía para Cataluña fue más tarde restaurado, pero no garantizó más autonomía. Para los vascos hubo una solución aún menos liberal. 6.  Democratización del aparato de estado. Consejos laborales mixtos, Tribunal Supremo, presidente, censura, etc., todo fue restaurado como en 1931. El programa prometía la reorganización de los consejos laborales para que "los partidos interesados pudieran adquirir conciencia de la imparcialidad de sus decisiones". Y, como una bofetada final, "los partidos republicanos no aceptan el control obrero solicitado por la delegación socialista". Por este plato de lentejas los líderes socialistas depusieron la lucha de clases contra la república burguesa. ¡Piénselo el lector! El mismo programa, por el cual los socialistas y estalinistas se comprometían a defender el gobierno de la república burguesa, hacía inevitable el asalto de la reacción. Las bases económicas de la reacción, tierras, industrias, finanzas, la Iglesia, el ejército y el Estado quedaban intactas. Los tribunales eran colmenas de reaccionarios; la prensa obrera está llena, entre febrero y julio, con relatos de fascistas que, cogidos con las manos en la masa, quedaban en libertad, y de obreros detenidos por motivos triviales. El día que la contrarrevolución estalló, en las cárceles de Madrid y de Barcelona había miles de presos políticos obreros, especialmente de la CNT, pero también muchos de la UGT. La burocracia administrativa estaba tan corrompida por la reacción, que permaneció aparte el 18 de julio. Todo el Cuerpo diplomático y consular, salvo unas pocas excepciones, se pasó a los fascistas. La "imparcialidad" gubernamental impuso una rígida censura de prensa, modificó la ley marcial, prohibió manifestaciones y mítines sin autorizar y se denegaba la autorización en todos los momentos cruciales. En los días críticos, después de los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo, se clausuraron las sedes obreras. El día antes del alzamiento fascista, la prensa obrera apareció con espacios en blanco porque el gobierno había censurado los editoriales y las partes de artículos donde se prevenía contra el golpe de estado! En los últimos tres meses antes del 18 de julio, en intentos desesperados para parar el movimiento huelguístico, cientos de trabajadores fueron encarcelados en masa, las huelgas generales locales declaradas ilegales y las sedes regionales de los socialistas, comunistas y anarquistas clausuradas durante semanas. Por tres veces, en junio, la sede madrileña de la CNT fue clausurado y su dirección encarcelada. Para los líderes socialistas y comunistas fue imposible contener el odio de sus partidarios por esta repetición de los años 1931-1933. Incluso ese vociferante defensor del gobierno, José Díaz, secretario del Partido Comunista, tuvo que admitir: "El gobierno, a quien apoyamos lealmente en la medida en que cumple el pacto del Frente Popular, es un gobierno que está comenzando a perder la confianza de los trabajadores." Y luego añade este importante reconocimiento: "Y yo digo a este gobierno republicano de izquierda que su camino es el camino equivocado de abril de 1931" (Mundo Obrero, 6 de julio de 1936). ¡Así, en el mismo momento que pedía a los mineros asturianos que no rompiesen con el Frente Popular, José Díaz tenía que admitir que febrero-julio de 1936 era la repetición del desastre de 1931-1933! Cuando la contrarrevolución estalló, los estalinistas aseguraron que no habían cesado de apremiar al gobierno acerca de la necesidad de aplastar a la reacción. Ya hemos visto, sin embargo, que el programa del Frente Popular protegía a la reacción en todos los frentes importantes. Ningún apremio puede cambiar a la república burguesa. Un gobierno de coalición así, comprometido en mantener el capitalismo, debe actuar como Azaña en 1931 y en 1936. El gobierno se comporta de forma idéntica en ambos casos porque su programa es construir la economía española bajo el capitalismo. Esto significa que no puede tocar las bases económicas de la reacción porque no quiere destruir al capitalismo. El programa básico de Azaña se resume en dos frases que dijo poco después que regresó al poder: "Ninguna venganza"; "Gil-Robles también será un día azañista." Este programa no está dictado por debilidad psicológica, sino que se debe a las premisas capitalistas de Azaña. Su gobierno no ha sido débil y no ha cometido "equivocaciones". Ha dado a los reaccionarios amplias posibilidades de armarse y movilizarse, porque ésa es una consecuencia inevitable del carácter capitalista del programa del Frente Popular. Trotsky ha dejado al descubierto la anatomía de la relación del gobierno del Frente Popular con la reacción: "El Cuerpo de Oficiales representa el centinela del capital. Sin este guardián la burguesía no se mantendría ni un solo día. La selección de sus miembros, su educación y entrenamiento hace de los oficiales, como grupo definido, enemigos intransigentes del socialismo. Así se plantean las cosas en todos los países burgueses... Eliminando cuatro o cinco agitadores reaccionarios del ejército, se deja todo básicamente igual a como estaba antes... Es necesario sustituir las tropas en los cuarteles bajo el mando de la casta de oficiales por las milicias populares, es decir, por la organización democrática de los obreros y campesinos armados. No hay otra solución. Pero un ejército así es incompatible con la dominación de los grandes y pequeños explotadores. ¿Pueden los republicanos estar de acuerdo con una medida así? Radicalmente, no. El gobierno del Frente Popular, es decir, el gobierno de coalición de los obreros con la burguesía es, en su esencia, un gobierno de capitulación ante la burocracia y los oficiales. Esta es la gran lección de los acontecimientos ocurridos en España, por la cual se pagan ahora miles de vidas humanas." De la misma manera que en 1933, el apoyo socialista al gobierno imposibilitó evitar la reacción, el apoyo comunista-socialista en 1936 abrió las puertas a la contrarrevolución. Pero los obreros pueden preguntar: ¿No es posible apoyar al gobierno y al mismo tiempo movilizar a los obreros y campesinos contra sus enemigos? ¡No! Dos importantes ejemplos serán suficientes: 1.  En la provincia de Albacete, cerca de Yeste, los campesinos ocuparon una gran finca. El 28 de mayo de 1936 fueron atacados por la Guardia Civil; el saldo fue de 23 campesinos muertos y 30 heridos. El ministro del Interior saludó este baño de sangre enviando un telegrama de felicitación a al Guardia Civil. La prensa consideró, correctamente, esta situación una repetición de la masacre de Casas Viejas en 1931. La interpelación en las Cortes el 5 de junio fue aguardada con ansiedad... pero los diputados comunistas y socialistas absolvieron al gobierno de toda responsabilidad. "Sabemos que el gobierno no es responsable por lo que ha sucedido y que tomará medidas para que no se repita, pero estas medidas deberán ser tomadas rápidamente en interés del Frente Popular", dijo un diputado socialista. "El complot está claro", decían los estalinistas. "Los terratenientes provocan, sistemáticamente, la desesperación en los campesinos, y cuando éstos toman medidas para arreglar la situación, los terratenientes encuentran guardias civiles venales dispuestos a derribarles a tiros. La Guardia Civil ha consumado un baño de sangre y los políticos de derechas se esfuerzan para explotar este suceso y destruir al Frente Popular. Políticamente el asunto de Yeste fue un fracaso, pero puede ser y será repetido." "El Partido Comunista tenía razón cuando respondió a la maniobra política de la derecha situando el asunto en sus bases reales y exigiendo acciones contra los terratenientes ricos. El Partido Comunista señaló que la lucha debía orientarse, sobre todo, contra la miseria y el hambre; aumentadas por los caciques y terratenientes cuando sabotean las órdenes del gobierno y de la república y niegan el pan a las masas. El Partido Comunista exigió que la reforma agraria debía acelerarse" (INPRECORR, núm. 32, 11 de julio de 1936, pág. 859). En pocas palabras: la lucha contra los terratenientes debe limitarse a los intentos 'de persuadir al gobierno a que realice la reforma agraria. Porque ir más allá, y que el mismo campesinado luche con actos militantes en la tierra, que es la única manera verdadera de luchar, conduce a sucesos como el de Yeste, que provocan conflictos entre las masas y el gobierno, y debemos evitar la ruptura con el Frente Popular. "¡No romper con el Frente Popular" sólo significa limitar la lucha a la persuasión amistosa en la arena del parlamento! 2. Los obreros madrileños de la construcción, más de 80.000, fueron a la huelga, exigiendo, principalmente, la semana de treinta y seis horas. El gobierno impuso arbitraje a los trabajadores; se decidió una semana de cuarenta horas. La UGT y los comunistas aceptaron y dieron instrucciones a sus miembros de volver al trabajo. La CNT, sin embargo, se negó a aceptar el arreglo gubernamental y, lo que es más importante, los obreros de la UGT apoyaron a los anarquistas. Los estalinistas dieron las siguientes razones para suspender la huelga: "No es un secreto para nadie que, después del 16 de febrero, los patronos fascistas utilizan como forma de lucha el empujar primero a los obreros a declarar conflictos y luego prolongar su solución, mientras sea necesario y posible, para desesperar a las masas, lo cual provocará actos esporádicos sin finalidad ni efectividad..., pero que enfrentarán a los obreros con el gobierno, por que ésta es una de las condiciones... para un golpe de estado... La actitud de los patronos... hace necesario que los obreros de la construcción, aunque no estén satisfechos con el convenio, terminen una situación cuya prolongación implica un grave peligro para todos los trabajadores... Ha llegado el momento de saber cómo finalizar una huelga, sin renunciar a la posibilidad, establecida en el convenio, de continuar las conversaciones sobre el problema de los salarios en el consejo laboral mixto" (Mundo Obrero, 6 de julio). En pocas palabras: los patronos insisten en combatimos, pero esto os lleva a un conflicto con el gobierno (¡lo cual significa que el gobierno tiene más en común con los patronos que con vosotros!) y pone en peligro al Frente Popular. Por tanto, finalizad la huelga. Pero, entonces, ¿para qué comenzar huelgas? La lógica del reformismo no siempre va tan lejos, porque entonces los obreros lo rechazarían de plano. Los obreros insisten en hacer huelga. El deber del Partido Comunista es parar la huelga antes de que el gobierno se enfurezca. Esta política de limitar la lucha contra la reacción a la arena parlamentaria sólo llevaría a la derrota eventual de las masas, Es un principio fundamental del marxismo que la movilización de las masas sólo puede realizarse a través de la lucha militante. Si los obreros hubiesen seguido la política del Frente Popular, hoy lloraríamos la ruina del proletariado español. [1] Para atraer con engaños a los socialistas de izquierda a la coalición, los estalinistas utilizaron un lenguaje muy de "izquierdas": "El Partido Comunista conoce la peligrosidad de Azaña igual que los socialistas que colaboraron con él cuando estaba en el poder. Ellos saben que es un enemigo de la clase obrera... Pero también saben que la derrota de la CEDA (Gil-Robles) traería automáticamente 'un debilitamiento de la represión, al menos por cierto tiempo'." (INPRECORR, vol. 15, pág. 762.) Pero ¿propusieron entonces los estalinistas que una vez que Azaña estuviese en el poder los obreros debían luchar contra él? No: por el contrario, este "enemigo de los obreros" realizaría las tareas democráticas básicas: "Tierra para los campesinos, libertad para 1as nacionalidades oprimidas y liberar a Marruecos de la opresión imperialista." (Ibid., pág. 639.) Para justificar esta clara adhesión a la concepción menchevique de la revolución burguesa, los estalinistas tuvieron que ocultar su pasado: García, en el séptimo congreso, denunció a la dirección del Partido de 1931: "En lugar de proponer consignas que correspondieran al momento, se pronunciaron en contra de la república, alimentando así ilusiones muy fuertes entre las masas, proponiendo las consignas 'Abajo la república burguesa', 'Vivan los soviets y la dictadura del proletariado'. Con la expulsión de estos renegados (en 1932), nuestro Partido español comenzó a actuar de una manera comunista (ibid., pág. 1310). ¡Pero estas consignas habían sido enarboladas no sólo por los 'renegados', sino por el Partido, al comienzo de 1935, por Ercoli, Pieck y la misma Komintern!" Ⅵ.La lucha de las masas contra el fascismo a pesar del Frente Popular:16 de febrero a 16 de julio de 1936 Afortunadamente para el futuro de España y de la clase obrera internacional, las masas, desde el primer día de la victoria de febrero, no cesaron de luchar. Las lecciones del período 1931-1933 estaban grabadas en su memoria. Si ahora, por el momento, estaban libres de la dominación de Gil-Robles, era porque habían ganado esta libertad con las armas en la mano, a pesar de la traición de Companys y la "neutralidad" de Azaña. Las masas no esperaron que Azaña cumpliera sus promesas. En los cuatro días entre las elecciones y la entrada precipitada de Azaña en el gobierno, las masas llevaron a cabo eficazmente la amnistía, abriendo a la fuerza las cárceles; con tal eficacia que la comisión permanente de las anteriores Cortes, incluido Gil-Robles, ratificó unánimemente el decreto de amnistía de Azaña, tanto por miedo a las masas en la calle como para aparentar que el gobierno constitucional controlaba el país. Tampoco esperaron los obreros el decreto gubernamental ni la decisión sobre su constitucionalidad -¡que no llegó del Tribunal de Garantías Constitucionales recién el 6 de septiembre!- para reintegrar a sus puestos de trabajo a los despedidos de la insurrección de octubre, en cada taller y fábrica los obreros impusieron la readmisión de los despedidos. El ajuste de cuentas de responsabilidades por los excesos de octubre se realizó por el "método plebeyo" de la movilización obrera y campesina. Los diputados estalinistas y socialistas del ala derecha enronquecieron suplicando a los obreros que dejaran todo esto en las manos del gobierno del Frente Popular. ¡Pero los obreros sabían lo que debían de hacer! Al odiado clero, soberano durante el bienio negro, los campesinos oprimidos los trataron de la forma ya tradicional. Sobre todo después de quedar claro que el gobierno no tocaría al clero, las masas tomaron el asunto en sus manos. No sólo se quemaron iglesias, sino que se obligó a los sacerdotes a marcharse de los pueblos, amenazándoles de muerte si volvían. Aparte de la abyecta lealtad al régimen, los estalinistas denigraron la lucha contra el clero: "¡Recordad que quemar monasterios e iglesias ayuda a la contrarrevolución!" (INPRECORR, l.º de agosto, pág. 928). No se les escuchó más que a Azaña. En la provincia de Valencia, donde los obreros han aplastado actualmente, con tanta decisión, la contrarrevolución, casi no había ninguna iglesia funcionando. Las acciones de masas comenzaron con toda su fuerza después que una serie de hechos revelaron el comienzo de un acercamiento entre republicanos y reaccionarios. Casi todos los derechistas votaron a Martínez Barrios como presidente de las Cortes. En marzo, Azaña prorrogó la censura de prensa y el estado de excepción decretado por el anterior gobierno reaccionario. El 4 de abril, ocho días antes de que se celebrasen las elecciones municipales, las primeras desde 1931, Azaña las retrasó indefinidamente, satisfaciendo una exigencia de los reaccionarios. El día antes, Azaña, en un discurso, prometió a los reaccionarios que no se saldría de los límites establecidos en el programa del Frente Popular y que impediría las huelgas y la ocupación de tierras. El discurso fue recibido por la prensa reaccionaria con una alegría delirante. Calvo Sotelo, el monárquico, declaró: "Se expresó como un verdadero conservador. Su declaración de respeto a la ley y a la Constitución deberían impresionar favorablemente a la opinión pública." El portavoz de la organización de Gil-Robles declaró: "Apoyo el 90 por 100 del discurso." El 15 de abril, cuando se desarrollaban muchas huelgas económicas, los derechistas exigieron que se pusiera fin al "estado de anarquía". "Los alborotadores y agitadores serán exterminados", prometió el ministro Salvador en nombre del gobierno. El mismo día, Azaña atacó duramente al proletariado: "El gobierno revisará todo el sistema de defensa para terminar con el reino de la violencia." "El comunismo significaría la muerte de España." El portavoz de los terratenientes catalanes, Ventosa, declaró, alabándole: "Azaña es el único hombre capaz de ofrecer al país seguridad y defensa de todos los derechos legales." En el mismo día, envalentonados los fascistas y los oficiales de la Guardia Civil, dispararon en una calle obrera de Madrid. Esta era la atmósfera en el gobierno cuando el 17 de abril la CNT declaró huelga general en Madrid para protestar contra el ataque fascista. La UGT no había sido invitada a unirse a la huelga y al principio la denunció, igual que los estalinistas. Pero los trabajadores salieron de los talleres, de las fábricas y de los servicios públicos no porque hubiesen cambiado de filiación, sino porque querían luchar y sólo los anarquistas los llamaban a la lucha. Mientras toda la vida comercial de Madrid comenzaba a paralizarse, los estalinistas aún declaraban: "Quizá se participe más adelante. La decisión presente es apoyar al gobierno de Azaña mientras realice acciones efectivas contra los reaccionarios" (Daily Worker, 18 de abril). Esa tarde, cuando a pesar de ellos la huelga había sido un gran triunfo, la UGT y los estalinistas la apoyaron tardíamente antes de que finalizara. La burguesía se dio cuenta que la huelga general del 17 de abril y la ola de huelgas económicas que inspiró se transformarían en una ofensiva proletaria contra el capitalismo y su agencia, el gobierno. ¿Cómo parar esta ofensiva) El ejército propuso aplastarla a la fuerza. Pero entre los reaccionarios había dudas sobre si en ese momento era posible; Azaña tenía una solución mejor: que los líderes obreros impidiesen las huelgas. Introducido en mayo como nuevo presidente de la república, al sonido de la Internacional cantada con los puños cerrados por los diputados socialistas y estalinistas que lo habían elegido (los reaccionarios no habían presentado candidato), Azaña llamó a Prieto para hacer un gobierno de coalición. Prieto estaba más que dispuesto a ser primer ministro. Pero el rumor produjo tal oposición en el Partido Socialista que no se atrevió a aceptar. Caballero previno a Prieto que no debla entrar sin el consentimiento del Partido; y detrás de Caballero y a su izquierda estaba la mayoría del Partido y de la UGT. El núcleo madrileño, el más fuerte de las organizaciones del Partido, había aprobado un nuevo programa en abril, e iba a presentarlo para su aprobación en la convención nacional de junio. El programa declaraba que la burguesía no podía llevar a cabo las tareas democráticas de la revolución, que, sobre todo, era incapaz de solucionar la cuestión agraria y que, por tanto, la revolución proletaria era una cuestión actual. El programa estaba debilitado por grandes errores sobre todo el no comprender el papel de los soviets. Pero indicaba una profunda ruptura con el reformismo. Lógicamente, este programa, aceptado por Caballero, debería haber sido acompañado por una ruptura decisiva con la política del Frente Popular. La lógica, sin embargo, raras veces guía a los centristas. Declarando que el gobierno "todavía no habla agotado completamente sus posibilidades" y que la unidad de los sindicatos y la fusión de los partidos marxistas debe preceder a la revolución, Caballero continuó dirigiendo a los diputados socialistas por la vía de criticar al gobierno, pero apoyarle en cada problema crucial. Sin embargo, a pesar de sus tremendos ágapes de oratoria con los estalinistas, el órgano que controlaba la izquierda socialista, Claridad, continuó ofreciendo un contraste diario con los órganos del Partido Comunista y de la derecha socialista. Claridad planteó el carácter fraudulento del programa agrario; demostró cómo los proyectos de riego favoritos de Prieto enriquecían a los terratenientes mientras los campesinos permanecían en su pobreza, y hasta publicó artículos donde se llamaba a los campesinos a ocupar las grandes fincas, ¡Simultáneamente los estalinistas y la derecha socialista elogiaban la reforma agraria del gobierno de Quiroga! Aunque Caballero finalmente había apoyado a Azaña para presidente, Claridad publicó los artículos de Javier Bueno que denunciaban a Azaña como el candidato de la derecha. Los elementos revolucionarios entre la izquierda socialista eran tan fuertes que se expresaban a pesar de Caballero. Caballero no se atrevía a romper con los partidos revolucionarios por el asunto de la entrada de Prieto en el gobierno. Tampoco quería someter esta cuestión a la convención nacional para que decidiera. Entonces tuvo lugar una extraordinaria campaña de presión para que el Partido permitiese a Prieto ser primer ministro. Casi todo el mundo no perteneciente al Partido Socialista quería que Prieto se integrase al gobierno. La prensa republicana pedía que se solucionara el conflicto dentro del Partido con la entrada de Prieto. El partido de Martínez Barrios, Unión Republicana, que representaba a la mayoría de la burguesa industrial desde que los radicales de Lerroux habían desaparecido, declaró que quería un primer ministro socialista y que éste debía ser Prieto. Miguel Maura, que representaba a los industriales y terratenientes de extrema derecha, abogaba por un régimen autoritario que disolviera las Cortes, llevado a cabo "por todos los republicanos y aquellos socialistas no contaminados por la locura revolucionaria". El gobierno catalán y sus aliados, incluidos los estalinistas, apoyaban la entrada de los socialistas. Los estalinistas perseguían que su apoyo a esta demanda reaccionaria tuviese una connotación muy radical. "Si el gobierno continúa por este camino (el falso camino de 1931) trabajaremos no para romper el Frente Popular, sino para fortalecerlo e impulsarlo a la solución de un tipo de gobierno revolucionario popular, que realizará aquellas cosas que este gobierno no ha comprendido o no ha querido comprender" (Mundo Obrero, 6 de julio). ¡Pero lo único que faltaba para hacer que este gobierno fuera completamente idéntico al de 1931 era incluir en él rehenes proletarios! Hasta el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) se unió al coro. Formado por una fusión de los llamados trotskistas con el Bloque Obrero y Campesino, un grupo catalán seminacionalista había firmado el pacto del Frente Popular, había declarado su "independencia" de este pacto y atacado el concepto de Frente Popular sólo para volver a apoyar al Frente Popular en las elecciones municipales y de nuevo declarar su independencia cuando Azaña las prorrogó. Para justificar su negativa a entrar en el Partido Socialista, como proponía Trotsky, y de este modo unir sus fuerzas -sólo unos miles, de acuerdo a sus propias estimaciones- al ala izquierda, se negó a admitir el profundo significado del desarrollo de esta ala izquierda. Efectivamente, en La Batalla del 22 de mayo negó que hubiese diferencia real entre el ala derecha e izquierda dentro del socialismo. Esta errónea estimación llevó a tácticas deplorables: el POUM demandó "un auténtico gobierno del Frente Popular, con la participación directa (ministerial) de los partidos Comunista y Socialista", como medio de "completar la experiencia democrática de las masas" y acelerar la revolución, al mismo tiempo que la izquierda socialista se enfrentaba al ala derecha por este problema. Esta presión universal no quebrantó la decisión de la izquierda socialista. Entonces Prieto intentó medidas desesperadas. El Comité Ejecutivo Nacional, controlado por él, aplazó la convención de junio a octubre; prohibió Claridad y le quitó los fondos del Partido; dio instrucciones a los comités provinciales para "reorganizar" los sectores disidentes y celebró unas elecciones de farsa para cubrir vacantes en el ejecutivo, sin contar los votos del ala izquierda. Esta condenó dichas acciones y declaró que Prieto había perdido la confianza del Partido. A pesar de las maniobras de Prieto, estaba claro que la base apoyaba al ala izquierda. Caballero había sido reelegido secretario de la UGT por una abrumadora mayoría. Y detrás de Caballero estaban elementos más decididos. Javier Bueno, líder de la insurrección de Asturias, exigía en grandes mítines no sólo el final de la política de Prieto, sino también el de la de Caballero. Sectores importantes del Partido se negaron a apoyar la lista del Frente Popular para las elecciones presidenciales y habían presentado listas socialistas. Mientras que la política que Caballero trazaba para la UGT a nivel nacional era poco mejor que la de los estalinistas, otros líderes, a nivel local o laboral, se unían a la CNT para realizar huelgas poderosas que lograban su objetivo. Comités permanentes unían a los dos sindicatos en puertos, barcos y ferrocarriles; de esta forma los obreros portuarios y de astilleros ganaron huelgas nacionales; y los ferroviarios acababan de votar una huelga nacional cuando se produjo el alzamiento. Los atrasados elementos campesinos del Partido Socialista tenían suficiente erudición como para saber lo que querían. Dos días después que Vidarte, secretario de Prieto, había negado indignado el rumor difundido por la United Press de que el campesinado socialista de Badajoz estaba ocupando la tierra, 25.000 familias campesinas, dirigidas por los socialistas, ocuparon las fincas grandes. Lo mismo pasó en otras partes. Prieto intentó encubrir el significado revolucionario de la ocupación, logró que el Instituto de Reforma Agraria enviara ingenieros y legalizara la ocupación, esto sólo sirvió para alentar a la izquierda socialista a repetir el proceso. Los combativos mineros de Asturias, que habían sido el gran apoyo de Prieto, comenzaron huelgas políticas contra el gobierno; 30.000 pararon el 13 de junio, exigiendo la destitución de los ministros de Trabajo y de Agricultura (¡este último, Funes, amado por los estalinistas!) y el 19 de junio cumplieron su amenaza de llevar al paro a los 90.000 mineros. El gobierno se las arregló para que regresaran al trabajo el 23 de junio, pero el 6 de julio los mineros y los obreros de Oviedo amenazaron con una huelga general, en protesta por la destitución por el gobierno del gobernador de Asturias, Bosque (Calvo Sotelo, jefe de la reacción, había recibido un telegrama insultante del gobernador proobrero e insistió, con éxito, para que lo destituyeran). Los mineros repitieron su exigencia el 15 de julio y hubiesen ido a la huelga si no se hubiera producido el alzamiento. Ante estos claros indicios del temperamento revolucionario del proletariado socialista, Prieto no se arriesgó a entrar en el gobierno. Mientras tanto, la oleada de huelgas alcanzó las proporciones de una crisis revolucionaria. Sólo podernos indicar su magnitud en términos generales. Durante estos cinco meses tuvo lugar, en todas las ciudades de cierta importancia, al menos una huelga general. El 10 de junio habla casi un millón de huelguistas, medio millón el 20 de junio, un millón el 24 de junio, más de un millón los primeros días de julio. Las huelgas eran realizadas tanto por los obreros de la ciudad como por los del campo; estos últimos rompieron los límites de lucha tradicionales de la ciudad, sosteniendo, por ejemplo, una huelga de cinco meses en toda la provincia de Málaga que involucraba a 125.000 familias campesinas. El Socialista denunció la oleada de huelgas: "El sistema es genuinamente anarquista y provoca la irritación de los derechistas." Mundo Obrero señalaba a los obreros que las luchas los enfrentaban al gobierno del Frente Popular. Ese gobierno y sus gobernadores provinciales lanzaron a la Guardia Civil contra los huelguistas en un intento desesperado de detener la ofensiva. Medidas particularmente desesperadas se tomaron contra la CNT; Companys llenó las cárceles de Barcelona con anarquistas. En Madrid cerraron sus sedes y 180 anarquistas fueron detenidos en una redada el 31 de mayo. El 4 de junio, el ministro Augusto García anunció que "si los sindicalistas persisten en desobedecer las órdenes del ministro del Trabajo, el gobierno se propone ¡legalizar al sindicalismo". El 19 de junio el gobierno cerró de nuevo las sedes de la CNT. ¡Pero no estábamos en 1931, cuando el mismo Caballero dirigió el ataque a la CNT! La UGT se solidarizó con los compañeros anarcosindicalistas y el gobierno tuvo que retroceder. También se desarrollaron huelgas políticas contra el gobierno. El 8 de junio se convocó una huelga general en Lérida para presionar al gobierno a que cumpliese su promesa de mantener a los parados. Los mineros de Murcia se manifestaron el 24 de junio protestando porque el gobierno no había cumplido su promesa de mejorar las condiciones de trabajo. El 2 de julio, la Federación de Obreros Agrícolas de Andalucía exigió al gobierno fondos para paliar la pérdida de las cosechas. Ya hemos mencionado las huelgas políticas asturianas. El 8 de julio, los estudiantes de los colegios católicos de Barcelona hicieron huelga exigiendo la sustitución de los sacerdotes por profesores idóneos. El 14 de julio, los obreros se manifestaron en Madrid llevando fotografías ampliadas de un baile oficial que se había celebrado en la embajada de Brasil, bajo el título: "Los ministros republicanos se divierten mientras que los obreros mueren." Estos son ejemplos de decisiones políticas tomadas por las masas. ¡Podemos estar seguros que no eran conducidas por los partidarios del Frente Popular! Ni las acusaciones de El Socialista de que Claridad recibió dinero de un banco de católicos reaccionarios, ni las sucias calumnias de Mundo Obrero de que la CNT estaba aliada con grupos fascistas, ni las medidas represivas del gobierno, pudieron impedir el desarrollo revolucionario de la izquierda socialista, la creciente unidad entre la CNT y la UGT y la ola de huelgas. La política del Frente Popular de permitir a los fascistas organizarse y armarse encontró resistencia en el proletariado militante. El rogar al gobierno que parase a los fascistas se les dejó a El Socialista y a Mundo Obrero. Los obreros revolucionarios se enfrentaron a los fascistas en la calle. Entre febrero y el alzamiento de julio estas luchas callejeras dejaron como saldo dos muertos y seis heridos por día. Era, verdaderamente, la guerra civil; los fascistas sufrieron las mayores bajas. Los golpes de muerte a la moral de los grupos fascistas prepararon, también, para el liderazgo en el 18 de julio, a miles de militantes. Finalmente, las mejoras en salario y horario conseguidas en las huelgas, que no fueron seguidas por un aumento en la producción (la crisis mundial despojó de este posible aumento a la industria española), tuvieron como consecuencia el aumento de los precios; a principios de julio la prensa madrileña estimaba que la subida había sido del 20 por 100 en un mes. Los trabajadores se sintieron engañados y se prepararon para realizar huelgas más decisivas para lograr todas sus exigencias. ¡Un paso idéntico está ocurriendo actualmente, mediados de septiembre, en Francia! La reacción, es decir, el capitalismo español, había depositado por un tiempo sus esperanzas en Azaña. Cuando éste demostró ser impotente para contener a los obreros, sus esperanzas se trasladaron a Prieto, pero la izquierda socialista impidió esta solución. No había esperanza entonces de repetir lo ocurrido en 1931-1933 y una vuelta pacifica de la reacción. La derecha socialista y los estalinistas no podían impedir la evolución revolucionaria del proletariado español. Armados y preparados para lo peor, los contrarrevolucionarios no se atrevieron a esperar que la ola revolucionaria los aplastara. Contando con el 90 por 100 del Cuerpo de Oficiales, la Legión Extranjera, las tropas moras y la mayoría de las 50 guarniciones de provincias, el capitalismo español se sublevó contra su inminente destrucción. Ⅶ.Contrarrevolución y doble poder 1. La traición del gobierno del Frente Popular  La respuestas de Azaña y del gobierno del Frente Popular a la contrarrevolución fue intentar llegar a un arreglo. Los estalinistas comprometidos sin remedio por su política de Frentes Populares intentaron explicar esta traición inventando una distinción entre republicanos "débiles" como Martínez Barrios y "fuertes" como Azaña. La verdad es que Azaña dirigió la tentativa de llegar a un compromiso con los generales fascistas y que todos los grupos republicanos estaban implicados en esta maniobra. Estos son los hechos indiscutibles, recogidos de El Socialista y de Claridad. En la mañana del 17 de julio el general Franco, habiendo ocupado Marruecos, radió su manifiesto a las guarniciones. Recibido en una estación de la Marina cercana a Madrid, por un operador leal, fue comunicado inmediatamente al Ministerio de Marina. Pero el gobierno no divulgó las noticias hasta las nueve de la mañana del día 18; y entonces sólo emitió una nota tranquilizadora en que se decía que España estaba completamente bajo el control del gobierno. Más tarde fueron emitidas otras dos notas gubernamentales; la última a las 15,15 horas, cuando el gobierno ya tenía información completa y precisa del alcance del alzamiento e incluso de la ocupación de Sevilla. Sin embargo, esa nota final decía: "El gobierno habla de nuevo para confirmar la absoluta tranquilidad de toda la Península. El gobierno reconoce los ofrecimientos de ayuda que ha recibido (de las organizaciones obreras) y aunque los agradece, declara que la mejor ayuda que se puede dar al gobierno es garantizar la normalidad de la vida cotidiana, para dar un alto ejemplo de serenidad y confianza en los medios de fuerza militar del estado. Gracias a las medidas de previsión aprobadas por las autoridades, puede considerarse que ha sido disuelto un amplio movimiento de agresión contra la república; no ha encontrado apoyo en la Península y sólo ha logrado partidarios en un sector del ejército de Marruecos... Estas medidas, junto con las órdenes habituales a las fuerzas en Marruecos que se esfuerzan en vencer el alzamiento, nos permiten afirmar que la acción del gobierno será suficiente para restablecer la normalidad" (Claridad, 18 de julio). Habiéndose negado, de esta forma, a armar a los obreros y justificando su traidora negativa con esta nota increíblemente deshonesta, el gobierno de Azaña se dedicó a conferenciar toda una noche. Azaña hizo dimitir al gobierno de Quiroga, de su propio partido, Izquierda Republicana, y nombró primer ministro al antiguo lugarteniente de Lerroux, Martínez Barrios, cabeza del partido Unión Republicana. Barrios y Azaña formaron un gobierno "respetable" con hombres de Barrios y republicanos de derecha que no pertenecían al Frente-Popular. Este gobierno también se comprometió a negar las armas a los obreros, Más que armar a los obreros -¡sus aliados en el Frente Popular, que los habían colocado en el poder!-, Azaña y los republicanos se estaban preparando para firmar la paz con los fascistas, sacrificando a los obreros. Si Azaña hubiese llevado a cabo este plan los fascistas habrían conquistado España. Pero en las mismas horas en que los ministros se apiñaban en el palacio presidencial, el proletariado ya se estaba movilizando. En Madrid, las milicias de la Juventud Socialista distribuían su exiguo depósito de armas; levantaban barricadas en las calles clave y alrededor del Cuartel de la Montaña; organizaban patrullas para detener a los reaccionarios casa por casa; a medianoche habían lanzado el primer ataque al cuartel. En Barcelona, recordando la traición de octubre de 1934 de este mismo presidente de Cataluña, Companys, los militantes de la CNT y del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) habían tomado por asalto varios depósitos de armas del gobierno en la tarde del 18. Cuando la guarnición se sublevó, a la una de la mañana siguiente, los obreros armados hablan rodeado a las tropas en un circulo de hierro, armando reclutas entusiastas con equipo requisado a los fascistas y con todo lo que pudo ser confiscado de los almacenes del Ministerio. Más tarde la milicia se apoderó de todos los arsenales. Los mineros asturianos armaron una columna de 6.000 hombres para marchar sobre Madrid antes de que la crisis ministerial se resolviera del todo. En Málaga, puerto estratégico frente a Marruecos, los ingeniosos obreros, desarmados, habían rodeado la guarnición reaccionaria con un cerco de casas ardiendo con gasolina y barricadas. En Valencia, los obreros, que no obtuvieron armas del gobernador, se prepararon a enfrentarse a las tropas con barricadas, piedras y cuchillos de cocina; hasta que sus compañeros dentro de la guarnición fusilaron a los oficiales y entregaron las armas a los obreros. En una palabra, sin ni siquiera pedir permiso al gobierno, el proletariado había comenzado una guerra a muerte contra los fascistas. Companys y Azaña encontraron ante sí a los primeros regimientos del ejército rojo del proletariado español. El plan de Azaña y Barrios de negociar con los generales fascistas fracasó porque los obreros lo impidieron. ¡Y por ninguna otra razón! Sólo gracias a su total desconfianza del gobierno las masas pudieron impedir la traición. Movilización independiente, bajo sus banderas, sólo esto impidió la victoria del fascismo. De esta forma, junto al poder formal que todavía ejercía el gobierno, surgió un poder "no oficial", pero mucho más profundo: el del proletariado armado, el "doble poder", como Lenin lo llamaba. Un poder, el de Azaña y Companys, era ya demasiado débil para desafiar la existencia del otro. A su vez, el otro poder, el del proletariado armado, todavía no era bastante fuerte, bastante consciente de su importancia como para prescindir de la existencia del otro. El fenómeno del "doble poder" ha acompañado todas las revoluciones proletarias; significa que la lucha de clases está apunto de alcanzar el momento donde uno de los dos contrincantes debe volverse el dueño indiscutido. Es el equilibrio crítico de alternativas sobre el filo de una navaja; un largo período de equilibrio es imposible, ¡uno u otro pronto triunfará! Aniquilar la contrarrevolución volverá infinitamente más probable el establecimiento de un gobierno de obreros y campesinos. A la burguesía no le interesa, entonces, una victoria sobre los generales fascistas: los verdaderos intereses del capitalismo español consisten en una victoria de la contrarrevolución o, lo que es lo mismo, en un compromiso con ella. Esta es la razón de que el gobierno del Frente Popular actuase de forma tan traicionera en los primeros días de la contrarrevolución y de que continuase actuando así. Rodeados por obreros armados, los republicanos no se atrevieron a pasarse abiertamente al enemigo, pero su política en el frente y en la retaguardia permitió éxito tras éxito a la contrarrevolución. Este era el sentido evidente del cambio del gobierno después de la caída de Irún. Estaba bastante claro en las declaraciones a la prensa de un portavoz del gobierno de Caballero, quien "subrayó que la toma de posesión de Largo Caballero del cargo de primer ministro, la semana pasada, ha provocado una mejora en la moral de las milicias". "Ellos saben que ahora, son dirigidos de forma inteligente. Saben que si mueren no será por culpa de órdenes irresolutas y fortuitas como las que caracterizaron a la última administración. Ahora tomaremos la ofensiva y atacaremos a los rebeldes en sus puntos débiles, en vez de como antes, atacarlos donde son fuertes y capaces de rechazarnos" (New York Times, 7 de septiembre). Si así condenan al gobierno de Azaña-Giral los que aún tendrán que explicar al proletariado por qué permitieron que un gobierno así dirigiese la lucha de las siete primeras semanas, toda la verdad debe ser muchísimo peor. La justificación aparente del Frente Popular es que este gobierno aseguró la ayuda de los republicanos contra el fascismo contrarrevolucionario. El Frente Popular, sin embargo, cumplió la función opuesta: impidió que el proletariado arrancase a los políticos republicanos la pequeña burguesa, la cual en todas las revoluciones victoriosas se une al proletariado cuando ve que lucha de forma decidida por una vida nueva y rica bajo un nuevo orden social. El Frente Popular subordinó a la pequeña burguesía y a las masas proletarias al liderazgo traidor de los políticos burgueses, Sólo el doble poder del proletariado ha impedido, por ahora, la victoria de la reacción. 2. El doble poder en Cataluña Precisamente en Cataluña, donde el Frente Popular era mas débil, el doble poder se ha desarrollado con más decisión y ha transformado las cuatro provincias catalanas en la fortaleza más inexpugnable de la guerra civil. La CNT y la FAI (Federación Anarquista Ibérica), que dirigen la mayoría del proletariado catalán y gran parte del campesinado, nunca formó parte del Frente Popular. El POUM, después de muchas vacilaciones, rompió finalmente con el Frente Popular; realizó un giro repentino hacia la izquierda y con extraordinaria rapidez se transformó en un partido de masas en Cataluña en dos meses de guerra civil. Los únicos partidarios proletarios del Frente Popular en Cataluña son la UGT, mucho más débil aquí que la CNT, y la organización estalinista: el llamado Partido Socialista Unificado. Lejos de debilitar su capacidad de lucha, como declaraban los apologistas del Frente Popular, esta relativa libertad de vínculos con la burguesía permitió que las masas catalanas derrotasen la contrarrevolución en Cataluña y acudiesen en ayuda del resto de España. ¡De aquí puede extraerse una profunda lección para aquellos que todavía creen en el Frente Popular! El proletariado catalán entiende que en la guerra civil debe lucharse con métodos revolucionarios y no bajo los slogans de la democracia burguesa; que en una guerra civil no se debe combatir sólo con métodos militares, sino también con métodos políticos, que integrando a las masas en acción, pueden hasta arrebatar al ejército a los oficiales reaccionarios. El proletariado dirige la lucha en el frente y en la retaguardia no a través de las agencias del gobierno, sino a través de los órganos por las organizaciones proletarias. El Comité Central de las Milicias Antifascistas de Cataluña dirige la lucha. Los anarquistas tienen tres representantes por la CNT y dos por la FAI, A la UGT se le dieron tres, aunque tenga menor número de partidarios, para fomentar organizaciones semejantes por otras partes. El POUM tiene uno y los estalinistas uno. Los partidos burgueses de izquierda tienen cuatro, haciendo un total de 15. Actualmente, el Comité Central está dominado por la CNT, la FAI y el POUM. Estos últimos tienen un programa tan radicalmente diferente al que se propugna en Madrid, que la UGT y los estalinistas son arrastrados sólo porque temen quedarse apartados, y la burguesía de izquierdas porque está a merced del proletariado armado. Este programa es idéntico al que propusieron los bolcheviques, en agosto de 1917, en la lucha con la contrarrevolución de Kornilov. Control obrero de la producción, despertando el máximo de iniciativa y de entusiasmo del proletariado. Movilización de las masas armadas, independientemente del control gubernamental. Vigilar al gobierno para evitar la traición y no renunciar, ni por un momento, a hacerle fuertes criticas, e integrar al campesinado a la lucha con el único "slogan" que puede verificar al hambriento y retrógrado campo: ¡La tierra para el que la trabaja! Al comenzar la contrarrevolución, la CNT ocupó todo el transporte, los servicios públicos y las grandes plantas industriales. El control democrático se asegura a través de la elección de comités de fábrica con representación proporcional. También se han establecido comités de este tipo para controlar la producción en talleres y fábricas que aún son propiedad privada. La dirección de la vida económica está en las manos del Consejo de Economía, que aunque todavía unido al viejo orden se encuentra obligado) al menos, a. hablar de medidas socialistas. Tiene cinco miembros anarcosindicalistas, uno del POUM, uno de la UGT y uno del gobierno catalán. El 19 de agosto emitió su programa, que incluye: colectivización de las fincas rurales para que sean administradas por los sindicatos de jornaleros; colectivización de los servicios públicos, del transporte y de la gran industria; colectivización de los establecimientos abandonados por sus propietarios; control obrero de los bancos hasta que se nacionalicen; control obrero de los establecimientos que continúan bajo propiedad privada; integración de los parados a la agricultura y la industria colectivizada; electrificación de Cataluña; monopolio del comercio exterior para proteger el nuevo orden económico. En medio de la guerra civil, los comités de fábrica están demostrando la superioridad de los métodos proletarios de producción. El comité de CNT-UGT que dirige a los ferrocarriles y al Metro informa que eliminando los altos salarios de los directores, los beneficios y el despilfarro, se han ahorrado decenas de miles de pesetas, se han subido los salarios de la mayoría de los obreros para crear igualdad en las pagas, se planifica extender las líneas, se bajarán las tarifas, los trenes son puntuales y pronto se introducirá la jornada de seis horas. Las plantas metalúrgicas se han transformado y producen municiones; las fábricas de automóviles producen coches blindados y aviones. Los últimos partes demuestran que el gobierno de Madrid depende en gran parte de Cataluña para pertrecharse de estos importantes elementos. Una considerable parte de las fuerzas que protegen el frente de Madrid fueron enviadas por las milicias catalanas. Pocos se dan cuenta de la campaña victoriosa realizada por las milicias catalanas en el frente Zaragoza-Huesca. En los planes de los generales fascistas, Zaragoza, sede de la Academia Militar y una de las guarniciones más grandes, tendría que haber sido para el este de España lo que Burgos había sido en el Oeste. Pero la rapidez con que el proletariado de Cataluña atacó las guarniciones catalanas y marchó hacia el Oeste, en dirección a Aragón, frustró los planes fascistas. Las milicias catalanas marcharon sobre Aragón como un ejército de liberación social. Han logrado levantar a los campesinos, cosa que no fueron capaces de hacer las fuerzas madrileñas, y así han paralizado la movilización del ejército reaccionario. Al llegar a un pueblo, los comités milicianos patrocinan la elección de un comité antifascista del pueblo, a disposición del cual se ponen las grandes fincas, cosechas, provisiones, ganado, herramientas, tractores, etc., que pertenecen a los terratenientes y propietarios. El comité del pueblo organiza la producción sobre nuevas bases y crea una milicia del pueblo para llevar a cabo la socialización y luchar contra la reacción. Los reaccionarios son juzgados por la asamblea general del pueblo. Todos los títulos de propiedad, hipotecas y documentos de deudas encontrados en los archivos se arrojan al fuego. ¡Habiendo transformado así la vida del pueblo, las columnas catalanas pueden seguir avanzando con la seguridad de que cada pueblo queda convertido en una fortaleza de la revolución! El gobierno catalán sigue existiendo, extiende decretos aprobando los pasos que toma el proletariado y pretende que dirige la lucha. El gobierno de Madrid se hace cómplice de esta pretensión: consulta a Companys, pero luego debe despachar todos los asuntos con la milicia y los comités de fábrica. Al final de julio Companys hizo un intento "hábil" para recuperar el poder, reorganizando el gobierno catalán: tres miembros del estalinista Partido Socialista Unificado entraron en el gobierno. Pero esta maniobra fracasó a los pocos días. Los anarcosindicalistas comunicaron a los estalinistas que consideraban su entrada en el gobierno como una ruptura en el bloque proletario y los estalinistas se vieron obligados a dimitir. La poca influencia que aún tiene el gobierno por su representación en el Consejo de Economía y en el Comité Central de las Milicias Antifascistas tenderá, sin duda, a desaparecer cuando estos órganos se amplíen al integrarse, como propone el POUM, los delegados elegidos por la milicia y las fábricas. El curso revolucionario seguido por el proletariado catalán y su consiguiente éxito en la producción y en el frente constituyen la condena más radical a la política del Frente Popular que aún se sigue en Madrid. ¡Sólo por el camino del proletariado catalán pueden las masas españolas vencer a la contrarrevolución! 3. El régimen de Madrid Mientras los obreros catalanes tomaban el poder que había caído de las manos del gobierno, la derecha socialista y los estalinistas devolvían, diligentemente, el poder al gobierno de Madrid. Como resultado, la relación entre el gobierno y las organizaciones proletarias es casi la opuesta a la que prevalece en Cataluña. Ya hemos visto la traición que implicaba la política del gobierno Azaña-Giral. ¡Sin embargo, a este gobierno le concedieron todo el poder la derecha socialista y los estalinistas! No existe la más mínima diferencia entre el punto de vista de la burguesía y el de estos "lideres" obreros. Las milicias obreras deben limitar su lucha a defender la república, esto es, a mantener el capitalismo, a apoyar lealmente al gobierno burgués y a no soñar con el socialismo. El manifiesto socialista del 18 de agosto fue calurosamente elogiado por la prensa burguesa por una buena y única razón: ¡no incluye ni una exigencia social! Ni una palabra acerca de la ocupación de tierras, libertad para Marruecos, control obrero de la producción, ¡sólo lealtad abyecta a la burguesía! Pero esto no es todo. Los estalinistas no quieren un estado obrero ni aun después de vencida la contrarrevolución: "Es absolutamente falso que el actual movimiento obrero tenga por objeto establecer la dictadura del proletariado después que la revolución haya terminado", declara el 10 de agosto el jefe estalinista Jesús Hernández. "No puede decirse que tengamos un motivo social para participar en la guerra. Nosotros los comunistas somos los primeros que repudiamos esta hipótesis. Nuestro motivo es exclusivamente el deseo de defender la república democrática." La ocupación de propiedades es una medida meramente de defensa temporal, declaran los estalinistas españoles (Daily Worker, 18 de septiembre). Para darnos cuenta de lo ajenas que son al leninismo esas cobardes tonterías, debemos recordar las directrices de Lenin, en medio de la lucha contra Kornilov, condenando cualquier ayuda política al gobierno y su programa de luchar contra la contrarrevolución ocupando la tierra o estableciendo el control obrero de la producción. Habiendo reclutado a la mayoría de sus seguidores bajo los slogans del Frente Popular, desde febrero, el Partido Estalinista puede utilizarlos en la devoción a un régimen burgués; nunca un partido proletario ha sido culpable de una devoción tan vergonzosa. La izquierda socialista distinguió su postura de la estalinista en un editorial titulado "La dialéctica de la guerra y la revolución". "Alguna gente dice: "Derrotemos primero al fascismo, terminemos la guerra victoriosamente, y luego tendremos tiempo para hablar de revolución y de hacerla sí es necesario." Aquellos que afirman esto no han contemplado con madurez el formidable proceso dialéctico que nos arrastra. La guerra y la revolución son una y la misma cosa. No se excluyen ni se estorban, sino que se apoyan y se complementan. La guerra necesita a la revolución para triunfar, de la misma manera que la revolución ha requerido la guerra... Es la revolución en la retaguardia la que hará más segura y más inspirada la victoria en los campos de batalla"(Claridad, 22 de agosto). Esta concepción correcta, grabada en la izquierda socialista por el ejemplo del proletariado catalán, es, sin embargo, distorsionada a continuación, de una forma típicamente centrista, por los redactores de Claridad: simplemente adjudicando al gobierno catalán los logros, llevados realmente a término por los obreros. El editorial finaliza: "La clara visión histórica del gobierno catalán sólo merece alabanza. Ha decretado medidas gubernamentales que reflejan la íntima relación entre la guerra y la revolución. Expropiar y colectivizar al capital rebelde es la mejor forma de colaborar al triunfo, de extraer de la guerra las máximas conquistas sociales y de destruir el poder económico del enemigo... En este punto y en el de organizar los partidos y sindicatos alrededor del gobierno para hacer, simultáneamente, la guerra y la revolución, Cataluña es guía de Castilla y del resto de España." Cuando el gobierno de Azaña-Giral intentó crear un nuevo ejército, el programa estalinista reveló como nunca su carácter antiproletario. La burguesía reconocía que aunque las milicias obreras estaban subordinadas a las órdenes militares del Estado Mayor, la estructura interna de las mismas, organizadas en columnas separadas que correspondían a los distintos partidos y sindicatos proletarios bajo el mando de obreros elegidos, volvía imposible todo intento de asegurar un control efectivo de la burguesía sobre ellas. Por tanto, el gobierno llamó a filas a 10.000 soldados de reserva para establecer una fuerza separada bajo el control directo del gobierno. El manifiesto estalinista del 18 de agosto apoyó esta decisión contrarrevolucionaria. La postura estalinista estaba de acuerdo con su concepción de la milicia, que Mundo Obrero habla declarado el 11 de agosto: "No. Nada de milicias dirigidas por partidos y organizaciones. Ni nada de milicias de partidos o sindicatos. Son milicias que tienen su base fundamental en el Frente Popular, leales a la política del Frente Popular". "Algunos compañeros han querido ver en la creación del nuevo ejército voluntario una amenaza al papel de las milicias", declaraba Mundo Obrero el 21 de agosto. Los estalinistas negaban esta posibilidad: "De lo que se trata es de complementar y reforzar las milicias para darles mayor eficacia y terminar la guerra rápidamente."  Y terminaba su defensa de la propuesta gubernamental: "Nuestra consigna, hoy como ayer, es la misma. Todo para el Frente Popular y todo a través del Frente Popular." Esta postura profundamente reaccionaria, fue analizada por Claridad. El órgano de la izquierda socialista examinó las razones que se daban para justificar la creación de un nuevo ejército. Demostraba que alegar que suministrarla fuerzas adicionales es falso, ya que "el número de hombres que están ahora incorporados en las milicias, o que están dispuestos a incorporarse, pueden ser considerado virtualmente ilimitado". Alegar que los soldados en la reserva aportarían la experiencia militar que falta a las milicias, se rebate con el hecho de que esas reservas "que no han querido unirse a las fuerzas armadas hasta ahora, no estarán animadas por el mismo ardor combativo y político que llevó a los milicianos a enrolarse". Rebatidas las justificaciones del nuevo ejército, la izquierda socialista concluía claramente: "Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que realmente luchan y que, en cierta forma, controlan su propia acción revolucionaria, es pensar en términos contrarrevolucionarios. Esto es lo que Lenin dijo (El Estado y la Revolución): "Cada revolución, después de la destrucción del aparato de estado nos enseña cómo la clase dominante intenta restablecer cuerpos especiales de hombres armados a 'su' servicio y cómo la clase oprimida intenta crear una nueva organización capaz de servir a los explotados y no a los explotadores." Estamos seguros que esta idea contrarrevolucionaria, que sería tan impotente como es inepta, no ha pasado por la mente del gobierno, pero la clase obrera y la pequeña burguesía, que están salvando a la república con sus vidas, no deben olvidar las correctas palabras de Lenin, y deben cuidar que las masas y el liderazgo de las fuerzas armadas, que deberían ser ante todo el pueblo en armas, no se les escapen de las manos" (Claridad, 20 de agosto). ¡No aquellos que usurpan el prestigio de la Revolución rusa, sólo para traicionar sus principios al servicio de la burguesía, no los estalinistas, sino la vanguardia de la izquierda socialista enseña al proletariado español la concepción leninista de la naturaleza de clase del ejército! Las diferentes concepciones sobre el carácter de la presente contienda se enfrentan también en otras cuestiones. Los anarcosindicalistas, el POUM y la Juventud Socialista que reconocen, en diferentes grados, el papel traidor de la burguesía, exigen depurar todas las instituciones de elementos dudosos, e insisten en retener armas en la retaguardia, para defenderse si la burguesía traiciona. Los estalinistas, por otro lado, mantienen la misma "amplia" definición de antifascista de los republicanos y lanzan la consigna: "¡Ni un rifle ocioso en la retaguardia!" Tan amplia es su concepción de los antifascistas, que Claridad denunció (19 y 20 de agosto) que la Alianza de Escritores Antifascistas, controlada por los estalinistas, estaba acogiendo a contrarrevolucionarios. García Oliver, líder de la CNT, respondió correctamente en Solidaridad Obrera a la despreciable campaña de la burguesía y los estalinistas para desarmar la retaguardia, volviendo el asunto hábilmente contra ellos: "Deseamos que nuestros compañeros, haciéndose cargo de la situación, hagan un inventario del material de guerra que controlan y procedan a hacer un estudio de lo que les es indispensable para asegurar la necesaria salvaguarda del orden revolucionario en la retaguardia, enviando lo que no necesiten." Podemos resumir el carácter del régimen Azaña-Giral señalando un hecho fundamental: continuó censurando la prensa de las organizaciones obreras cuyos miembros morían en el frente. Hasta el abyecto Mundo Obrero aprendió lo que es un gobierno de Frente Popular: ¡su edición del 20 de agosto fue confiscada porque habían publicado una fotografía considerada inaceptable! Claridad que informa sobre esto último, recibe diariamente el estigma del censor. Los estalinistas, por supuesto, ocultaron fuera de España la existencia de esta situación intolerable y vergonzosa.  4. El gobierno de Caballero No dudamos que la entrada de Caballero en el gobierno fue recibida con gran alegría por grandes sectores del proletariado. Caballero se había mantenido muy a la izquierda de los estalinistas y de Prieto; especialmente las milicias deben haber sentido que Caballero las libraba de los republicanos traidores. No tenemos medios de saber cuánta de esta alegría se esfumó rápidamente cuando, hace unos pocos días, los "defensores" republicanos de San Sebastián, después de echar a los anarcosindicalistas, la entregaron intacta al enemigo; y cuando estos mismos republicanos, retirándose a las fortificaciones de Bilbao, organizaron a los 40.000 milicianos de tal modo que la mayoría del ejército enemigo del general Mola ha sido enviado a los frentes de Madrid y Zaragoza. El frente norte ha sido traicionado y esto ha sucedido desde que Caballero se hizo cargo del gobierno. ¿Cuál es el programa de Caballero? No ha dicho ni una palabra. ¿Es su programa uno "mínimo", es decir, un programa burgués, satisfactorio para los cinco miembros burgueses de su gobierno? ¿Es el programa de Prieto y los estalinistas, que es el programa de la burguesía? ¿Cuál es la diferencia fundamental entre el gobierno de Caballero y el de su predecesor? ¿Acaso que Caballero es más sincero? Pero, como dijo Lenin, de una vez para siempre, no se ha inventado aún el "sincerómetro". Lo fundamental es el programa. Si el programa de Caballero no difiere del de su predecesor, su dirección de la lucha tampoco será distinta. El proletariado español deberá emprender el camino por el que ha comenzado a marchar el proletariado catalán. ¡No hay otro camino para alcanzar la victoria! ¿Quiénes son los soldados de tropa de los ejércitos de Franco y por qué hay tan pocas deserciones entre sus filas? Son, en su mayor parte, hijos de campesinos que cumplen el Servicio Militar de dos años. Si se gana a sus familias para la causa del proletariado, pueden ser ganados ellos también, inducidos a desertar y a disparar contra sus oficiales. ¿Cómo? Ayudándoles a ocupar la tierra. Este slogan debía haberse lanzado después de la victoria del 16 de febrero; cosa que no se hizo, lo cual explica la victoria de los fascistas en las provincias del Sur, incluida una plaza fuerte de los estalinistas: Sevilla. "¿Te ha dado de comer la república?" El resultado de esto ha sido una acentuada pasividad entre los campesinos. Dentro de los territorios que controlan, los obreros deben ayudar a los campesinos a ocupar y distribuir las grandes fincas. Este hecho, que transforma el mundo del campesino, será irradiado por 10.000 cauces a las provincias en manos de los fascistas...; aparecerán los campesinos antifascistas y el ejército de Franco se desplomará. El que las organizaciones no luchasen por dar tierra a los campesinos ha provocado la muerte de miles de obreros. Miles más han muerto porque sus organizaciones no lanzaron la consigna de "Libertad para las colonias españolas". Esta consigna, incluso actualmente, y una activa campaña de propaganda en Marruecos, desintegrarían mejor que las balas las legiones moras de Franco. Cataluña ha demostrado que el proletariado, una vez que controla las fábricas, acomete tareas prodigiosas en la producción. Empero los comités obreros de Madrid que, en un primer momento, se encargaron de los servicios públicos y de muchas fábricas grandes, fueron subordinados después a la administración burocrática del gobierno. Esta constricción no ha mejorado porque actualmente haya una delegación socialista en el gobierno. Hasta que los obreros no se adueñen de las fábricas, éstas no serán plazas fuertes de la revolución. Sobre todo es intolerable que los obreros, que son los que mueren y están abrumados de tareas, no tengan voz en la dirección de la lucha. Caballero ha anunciado la reapertura de las Cortes el 1 de octubre. ¡Esto es una broma cruel! ¡Esas Cortes reflejan el sentimiento del pueblo en la misma medida que el siglo xIx se parece al xx! Ha pasado mucho tiempo, políticamente hablando, desde que la burguesa republicana logró la mayoría el 16 de febrero por los votos obreros. La única voz auténtica del pueblo sería hoy día el Congreso Nacional de Delegados elegidos por las milicias que están luchando, los obreros que producen y se encargan del transporte y los campesinos que abastecen de alimentos. Sólo a un soviet emanado de los comités de las fábricas, de las milicias y de los pueblos le compete hablar actualmente en nombre de España. Todas estas necesidades básicas de la revolución pueden llevarse a cabo sólo contra la voluntad de la república burguesa. Esto implica rebasar al Frente Popular. Tal "ruptura" significará una "pérdida" sólo para los políticos republicanos traidores y los grandes capitalistas; sectores mayoritarios de la pequeña burguesía se sumarán al nuevo orden social como ocurrió en la Revolución rusa. Los compañeros de Caballero en el gobierno, los estalinistas, han dejado clara su firme oposición al programa revolucionario: "La consigna hoy es, todo el poder y la autoridad al gobierno del Frente Popular" (Daily Worker, 11 de septiembre). Esta consigna quiere decir exactamente lo que dice. La consigna de Lenin "Todo el poder a los soviets" significaba nada de poder al gobierno de coalición. La consigna estalinista significa nada de poder a los incipientes soviets: los comités de fábrica, de milicia y de los pueblos, Así como el estalinismo sacrificó la Revolución alemana por mantener el statu quo europeo, así ahora intenta sacrificar la revolución española para mantener la alianza franco-soviética. El estalinismo no planteará la consigna de "Libertad para Marruecos" porque entorpecería la política colonial francesa. El estalinismo no pasará del Frente Popular a la revolución española porque esto pondría inmediatamente la revolución a la orden del día en Francia, y el estalinismo, impregnado como toda burocracia de una cínica falta de fe en las masas, prefiere un fuerte aliado burgués en Francia a la posibilidad de una Francia soviética. La esencia de la política estalinista es: "El socialismo en un solo país y en ningún otro país." Los estalinistas se han convertido abiertamente en descarados enemigos de la revolución proletaria. Afortunadamente para el proletariado mundial, el estalinismo en España no controla las fuerzas que controló y sujetó en Alemania; precisamente porque el proletariado español ha aprendido las lecciones de Alemania. Se dispone de grandes fuerzas para la victoria proletaria. Al calor de la guerra civil se unificarán en un único partido revolucionario. La contradicción entre la tradicional teoría apolítica del anarcosindicalismo y su presente práctica político-revolucionaria hará pedazos su forma sindical de organización. Miles y miles de cenetistas ya se han pasado al POUM. Esta organización, que tiene en sus cuadros a los elementos revolucionarios más experimentados del país, se ha apartado considerablemente de su línea centrista[1], pero sus fuerzas principales se limitan a Cataluña y Valencia. Podemos estar seguros que los cuadros más importantes del resto de España, los revolucionarios entre los socialistas de izquierda, que se han ido impacientando por las vacilaciones de Caballero, se integrarán a la corriente revolucionaria. Los mejores elementos entre los cuadros inexpertos de la organización estalinista también integrarán el nuevo partido revolucionario. La revolución, como siempre, tendrá un liderazgo más amplio que el de un partido; pero las tareas gigantescas que planteará llevarán a la unificación de las corrientes revolucionarias de todos los partidos. 5. España y Europa Claridad ha venido publicando extractos, "Textos refundidos", de unas pocas líneas y variando cada día, de la Historia de la Revolución rusa, de Trostky. La elección de Trotsky no es accidental. Refleja una preocupación central de los revolucionarios españoles: el problema de la revolución europea. Atrasados tecnológicamente y con el peligro de una intervención militar de Hitler y Mussolini, los revolucionarios españoles se han dado sutilmente cuenta de la relación inextricable entre su revolución y la de Europa, especialmente Francia. Por esta razón recurren a Trotsky, la autoridad del internacionalismo revolucionario. El 30 de julio, unos pocos días después de comenzada la guerra civil, Trotsky se ocupó de este problema y del significado de los acontecimientos españoles para Francia. Sus palabras finales son más agudas que cualesquiera que yo pudiese escoger para finalizar: "Ciertamente el proletariado español, como el proletariado francés, no quieren permanecer desarmados ante Hitler y Mussolini. Pero para defenderse de estos enemigos es necesario primero aniquilar al enemigo en el propio país. Es imposible derrocar a la burguesía sin aniquilar a los Cuerpos de Oficiales. Es imposible aniquilar a los Cuerpos de Oficiales sin derrocar a la burguesía. En cada contrarrevolución triunfante los oficiales han jugado un papel decisivo. Cada revolución triunfante, de carácter profundamente social, ha destruido a los Cuerpos de Oficiales. Este fue el caso de la gran Revolución francesa al final del siglo xvIII, y el de la Revolución de Octubre de 1917. Para decidir tal medida uno debe dejar de arrastrarse arrodillado ante la burguesía radical. Una verdadera alianza entre los obreros y los campesinos debe crearse contra la burguesía, incluyendo los radicales. Debe tenerse confianza en la fuerza, la iniciativa y el coraje del proletariado, y el proletariado sabrá atraer al soldado a su causa. Esta será una verdadera, no una falsa, alianza de obreros, campesinos y soldados. Esta alianza se está creando y templando actualmente en el fuego de la guerra civil en España. La victoria del pueblo significa el final del Frente Popular y el comienzo de la España soviética. La revolución social triunfante en España se propagará inevitablemente por el resto de Europa. Para los verdugos fascistas de Italia y Alemania será mucho más terrible que todos los pactos diplomáticos y todas las alianzas militares." [1] La importancia de este giro puede medirse si se compara su política con la de su "organización internacional", el Comité Internacional de Socialistas Revolucionarios (SAP de Alemania, ILP de Inglaterra), cuyo manifiesto al proletariado español no contiene ni una palabra de crítica al Frente Popular. ¡Esta primera y "cauta" palabra de este pretendiente al título de centro revolucionario tiene fecha de 17 de agosto! la Policía a mantener la ley y el orden. En las luchas siguientes la Guardia Civil hirió a 10 trabajadores. Una comisión de sus compañeros exigió del gobierno provisional la disolución de la Guardia Civil. La réplica del gobierno fue la declaración de la ley marcial y el acuartelamiento de tropas en las ciudades importantes. El ejército y la policía de Alfonso, su casta de oficiales, todavía llorando al rey exiliado, se solazaban en ataques a aquellos que habían provocado la huida del rey. Los trabajadores tuvieron su primer contacto con la república y con la participación socialista en el gobierno burgués. Al redactar la nueva Constitución, los socialistas consideraron la coalición republicano-socialista como el gobierno permanente de España. Era más importante dar al gobierno español fuertes poderes que dejar las riendas sueltas a los anarquistas y a los comunistas "irresponsables", para que incitaran a las masas al desorden. ¿Había alguna justificación posible de la postura socialista? Los socialistas españoles planteaban que su apoyo al gobierno estaba justificado porque ésta era una revolución burguesa, que podía ser realizada por un gobierno republicano y que la "consolidación de la república" era la tarea más inmediata para evitar el regreso de la reacción. Con este argumento se hacían eco de la socialdemocracia alemana y austríaca de la postguerra. Pero negaban abiertamente la auténtica tradición y práctica del marxismo. Las revoluciones de 1848 habían fracasado y habían sido seguidas por el retorno de la reacción por la indecisión de los republicanos pequeño-burgueses. Sacando lecciones de 1848, Marx llegó a la conclusión que la lucha contra la vuelta de la reacción y para asegurar los máximos derechos a los obreros bajo la nueva república requerían que en las revoluciones burguesas siguientes el proletariado luchase con independencia, política y organizativa, de los republicanos pequeño-burgueses. [1] Las concepciones estratégicas de Marx fueron aplicadas en la Revolución rusa de 1905, donde el proletariado creó soviets de obreros, constituidos por delegados elegidos en las fábricas, talleres y barrios, como instrumento flexible para unificar a los obreros de distintas tendencias en la lucha contra el zarismo. Los obreros rusos siguieron el consejo de Marx de que no es necesario ninguna alianza con, incluso, los sectores más progresistas de la burguesía: ambas clases golpean al mismo enemigo, pero las organizaciones proletarias persiguen fines independientes sin la limitación y el compromiso innecesario de una alianza -esto es, un programa común que sólo podrá ser mínimo y, por tanto, un programa burgués- con la burguesía. En febrero de 1917 los soviets fueron creados nuevamente, en un momento en que la mayoría de los marxistas pensaban que se trataba de una revolución burguesa. Así, aun para una revolución "burguesa", los soviets eran necesarios. Las revoluciones alemana y austríaca enseñaban cosas muy distintas a las lecciones que los socialistas extraían. Estas revoluciones también habían creado soviets; pero dominados por los reformistas, fueron disueltos tan pronto el capitalismo recuperó su estabilidad. Las verdaderas lecciones de las revoluciones alemana y austríaca eran que los soviets requieren un programa revolucionario; que como órganos sin poder político no pueden existir indefinidamente, que no se puede apoyar, a la vez, al gobierno y a los soviets, como los reformistas alemanes y austríacos y los mencheviques rusos intentaron hacer; que los soviets pueden comenzar como comités de huelga poderosos, pero que deben transformarse en órganos de poder estatal. Estas hablan sido las conclusiones de Marx ochenta y seis anos atrás, reforzadas por todas las revoluciones siguientes. El rumbo seguido por los socialistas españoles de 1931 era, entonces, completamente ajeno al marxismo. "España es una república de trabajadores de todas las clases." Esta necia frase fue aprobada, bajo la iniciativa socialista, como el primer artículo de la Constitución. La Constitución limitó el voto a los mayores de veintitrés años y estableció un sistema para elecciones a Cortes que favorecía las coaliciones y hacía casi imposible la representación de los partidos minoritarios. ¡Los líderes socialistas confesaron, cuando este método se volvió contra ellos, que lo hablan aprobado bajo el supuesto de que la coalición con los republicanos duraría indefinidamente! Igual que bajo la monarquía, el Servicio Militar obligatorio se establecía en la Constitución. El presidente de la república tenía poder de elegir al primer ministro y de disolver las Cortes dos veces en el período presidencial de seis años; sólo podía ser sustituido de su cargo por el voto de los tres quintos de las Cortes. También se estableció un tribunal de garantías constitucionales con poderes, para anular la legislación, equivalentes a los del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, y un dificultoso sistema para enmendar la Constitución. El documento español, como la Constitución de Weimar, contenta una gran cantidad de fraseología sobre derechos sociales, pero con un "comodín", el artículo 42, que preveía la suspensión de todos los derechos constitucionales. Inmediatamente se aprobó
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